La tragedia griega se caracteriza por presentar dilemas sin solución. Antígona, Edipo, Medea… son personajes que en un momento dado tienen que tomar una decisión a sabiendas que cualquier opción que elijan acabará mal. Por eso, entre otras cosas, un truco bastante habitual para solucionar los conflictos era recurrir a la intervención de la magia: al final de la obra, algún dios bajaba colgado del techo y resolvía la situación por la cara. Algo parecido a lo que está pasando en Juego de Tronos, pero con más enjundia.
[Hay spoilers si no has visto la serie] Los trucos mágicos que se saca R.R. Martin de la chistera para cerrar sus tramas y sorprender por la jeta a la audiencia están renovando el concepto de deux ex machina hasta niveles que casi casi rozan lo de Lost. ¿Por qué esa necesidad de inventarse recursos? ¿Por qué ese afán de cada nueva temporada-libro de sorprender al respetable con artificios de salón? ¿Por qué no plantear una buena historia de principio a fin sin atentar contra el propio universo diegético que hemos planteado al comienzo?
En El Señor de los Anillos, por poner un ejemplo parecido, solo hay dos elementos mágicos: los Anillos de Poder y los Palantir, y ambos están presentes durante la mayor parte del relato. No hay más. En los libros ni siquiera los magos hacen realmente magia —solo leen, viajan de biblioteca en biblioteca y ponen de acuerdo a las razas de la Tierra Media—. Gandalf acaso hace algo de magia cuando lucha contra el Barlog, pero lo puede hacer porque es portador secreto de uno de los Anillos de Poder de los elfos —Narya, anillo del fuego, que le cede Círdan, el carpintero de los barcos—, igual que Enrold —Vilya, anillo de la curación— y Galadriel —Nenya, anillo de la adivinación—. [Comentario friki nivel experto, lo sé. Perdón.] En Juego de Tronos teníamos dos elementos mágicos iniciales: los caminantes blancos y los dragones; después se sacaron de la manga las personas que se cambiaban de cara; no contentos con ello se inventaron un nuevo dios con una nueva sacerdotisa; después empezaron a aparecer espectros asesinos, luego gente que de pronto se puede meter en la mente de animales… y la última invención, que son las resurrecciones.
La magia en Juego de Tronos se ha convertido en un recurso tan facilón como absurdo. El caso ha llegado al paroxismo: a Renly Baratheon, hermano menor del rey y heredero en disputa, se lo carga una nube negra. Así, sin más. Fin de la trama. Muerte por nube. Una nube negra con forma humana parida por la sacerdotisa roja. Y ni una disculpa a los espectadores, oye; ni un «lo siento, es que no sabía como terminarlo» o un «es que me caía mal y quería quitarlo del medio». Con todo el morro, tú. Una nube antropomorfa y seguimos sacando libros… ¿No es indignante? Si aceptamos este tipo de recursos, ¿por qué no aceptar que metan un Terminator? ¿por qué no acabar la trama de Joffrey con un duelo de varitas con Harry Potter? NO, mejor todavía: ¿por qué no convocar a Gandalf? ¡Sería un puntazo!
El caso es que las nuevas magias, al final, no son más que un parche que terminan por quitarle potencia y protagonismo a los recursos naturales del relato. Son un truco sacado de la manga que lo único que logran es estropear lo genuino que tenía la historia principal. ¿Qué importancia tiene ya que Arya Stark aprenda a manejar la espada si puede encargar la muerte de quien desee a su amigo el que cambia de cara? ¿Qué amenaza suponen los caminantes blancos ahora que sabemos que se les mata fácilmente con un pedernal? ¿Qué miedo imponen ya los dragones desde que sabemos que hay gente como Bran Stark que pueden controlar la mente de animales? Y, por último, ¿qué nos importa ya la muerte si aceptamos que la gente puede resucitar?