Dan Gilroy, guionista de El Legado de Bourne, había sido periodista durante bastantes años. Quizá ese fue el motivo y el germen por el cual nació su primera película como director, Nightcrawler, un thriller muy valiente con sus dosis de sátira que habla, cómo no, de los merodeadores —¿o mejor mercenarios?— de noticias de sucesos y accidentes, cada cual, si se puede, más escabroso que el anterior.
La apuesta convenció a Jake Gyllenhal, quizás el primer y gran bastión de la película, quien interpreta a un joven sin escrúpulos llamado Louis Bloom. Es curioso ver lo bien construido que está y lo mezquino y retorcido que puede llegar a ser. De hecho, las primeras escenas lo retratan a la perfección. Ahí se ve como el tipo, que es casi un delincuente de poca monta, roba alambre cerca de las vías del tren, apaliza a un guardia de seguridad que iba a denunciarle y, poco después, marcha a una ferretería para vender el alambre y ya de paso venderse al jefe del local. Este inicio, más allá de definir al personaje al milímetro, es una herramienta tremenda para generar interés en el espectador y de retratar con ironía el mundo actual.
Pero, ¿hay algo más válido en la cinta? Pues sí. Como me resultó Whiplash, la película rezuma intensidad y ritmo por los cuatro costados. No es para menos si vemos que quien está al mando de la nave tiene una dilatada experiencia en el thriller y en la acción, y eso se nota. Raramente Nightcrawler pierde interés durante casi todo el metraje. Desde el momento en que Louis Bloom coge la cámara, la acción va a más y más. Gilroy juega con el peligro para eliminar el arco de transformación de este personaje. ¿Para qué, si Louis Bloom es un ser mezquino y odioso pero lleno de carisma? En ese sentido, la película acierta de pleno.
Otro acierto enorme, o suerte para el director, fue que Jake Gyllenhal aceptó el primero al ver el guion. El actor es un experto a la hora de detectar thrillers valientes e interesantes, y después de las cintas de Denis Villenueve alguno se preguntaba qué haría si encarnase a un personaje psicótico. Bien, ahí tenía la respuesta delante de sus narices con Nightcrawler, sí, pero el mayor precedente de ese papel se encontraba en el videoclip de Time to Dance de The Shoes. El largometraje también consigue un buen resultado con el resto de actores, casi todos cumpliendo un muy buen papel. Destacan por encima del resto Rene Russo como Nina y Riz Ahmed como Rick —y un papelón a sus espaldas como fue ser protagonista en la comedia Four Lions—.
Sin embargo, la película también peca de bastantes errores. Pese a su valentía, la parte de la sátira se difumina con el paso de los minutos hasta hacerse inexistente hacia el final. Gilroy ejecuta su propuesta cinematográfica con un final que deja descolocado o incluso frío al espectador. En ese momento, el ritmo se vuelve brusco de golpe y pierde toda la frescura y la acidez que se llevaban registradas en los 95 minutos anteriores. Y duele decirlo, la verdad, pero al César lo que es del César.
En general, Nightcrawler es un thriller interesante, valiente y mucho más atrevido que muchas de las cintas que se han presentado a los Oscars. Y a pesar de ello, peca de una ejecución final pésima que acaba lastrando un mensaje potencial interesante y a la vez muy perverso: que los canallas son los que gobiernan el mundo y se marchan de rositas. ¿Merece un Oscar? No, pero Dan Gilroy acaba de descubrirse como un futuro interesante para el buen cine comercial.