


Si el título de la última película de Chloé Zhao hubiera pretendido dar una descripción más realista de la historia que narra, en vez del enfático Tierra de nómadas habrían empleado el prosaico Temporeros. Pero es cierto que esta palabra tiene en nuestro idioma una serie de resonancias que la llevan a otros territorios, otras gentes, otras razas y multitud de problemas sin solución. Probablemente en la lógica estadounidense también.
Nomadland narra la historia de una mujer que lo ha perdido todo en la última crisis económica. Viuda, de mediana edad, no tiene más en la vida que una vajilla heredada y una furgoneta en la que vive y va de pueblo en pueblo por el medio oeste estadounidense. Trabaja de lo que se puede en cada periodo: cubre plazas en los grandes centros logísticos de Amazon cuando se acerca la Navidad; recolecta remolacha cuando es época; vigila parques y clubes de golf en temporada baja… lo que sea adecuado en cada momento.
En su periplo constante y cíclico se va encontrando con diferentes personas que, como ella, han abrazado la vida en tránsito. Normalmente todos están cerca de la edad de jubilación o hace tiempo que la pasaron; todos han perdido casa y fortuna, o conservan apenas algún recuerdo de un pasado de clase media; todos tienen algún trauma del que se esconden o huyen, y comparten la ascendencia protestante de piel y ojos claros. En los campamentos de caravanas donde se juntan se ayudan unos a otros, como una gran familia tribal en la que nunca se dice adiós del todo.
Nominada a seis Oscars, Nomadland hace un retrato romántico de la forma de vida errabunda que muestra solo un ápice de su crueldad en medio de una sobrecarga de belleza
Nominada a seis Oscars, Nomadland hace un retrato romántico de la forma de vida errabunda que muestra solo un ápice de su crueldad en medio de una sobrecarga de belleza, tanto paisajística como humana. La propia protagonista verbaliza en un momento del filme que ella no es una persona sin hogar sino una persona sin casa. En su periplo se topará con problemas e instantes de soledad, que pronto se ven sobrepasados por la música, la compañía en torno al fuego, las historias y la camaradería.
Con una dirección que se apoya fundamentalmente en el buen hacer de la intérprete Frances McDormand, la historia deja un poso de nostalgia en su enfoque humanista. Retrata a supervivientes que lo pasan mal, pero que siguen adelante a pesar de todo, como la anciana que va encadenando trabajos y que decidió no quitarse la vida por no dejar solos a sus perros; como el hombre de mediana edad que se reencuentra con su hijo y retoma su vida de abuelo acogido en el chalé de la finca familiar, del que no recuerda por qué se marchó.
Un relato, en definitiva, que conmueve con su fotografía, su banda sonora, sus perfiles humanos… y su ingenuidad.