


Menciona el título original de la última película protagonizada por Richard Gere la figura del fixer, que podría traducirse por algo así como un conseguidor. El término apunta apenas cierto matiz despectivo que sin duda se pierde en la traducción. Charlatán, embustero, vendemotos… el léxico castellano es rico en voces que bien podrían subtitular de forma más precisa el filme y denotar la tragicomedia de su premisa: el ascenso y caída de un hombre que ha hecho del networking su forma de vida.
Como un parásito en las cañerías de la bienpensante y judía Gran Manzana, Norman Oppenheimer vive exclusivamente de lo que obtiene del trapicheo de favores a unos y a otros. El hecho de que realmente conozca a mucha menos gente de la que afirma conocer no supone para él ningún obstáculo que pueda impedirle acercarse al objetivo que se proponga y lograr, mediante su verborrea y sus mentiras, que termine firmando alguna compraventa que le reporte a él algún beneficio. Por ello, cuando se cruza en su radar un político más o menos bien posicionado del Estado de Israel, no duda en invertir los ahorros de su vida en regalarle unos zapatos de lujo en una tienda de la Quinta Avenida de Nueva York. El tiempo termina por revalorizar esa inversión cuando, tres años después, el político regresa a Nueva York convertido en el Primer Ministro que tiene en su mano nada menos que el tratado de paz más importante de Oriente Próximo. El problema es que, junto la creciente importancia de su víctima, aumenta también la exposición del castillo de naipes que Norman ha construido en torno a sí.
Con un guión inteligente y una narración rítmica, el filme escrito y dirigido por Joseph Cedar encuentra en la solvente interpretación de Richard Gere su mejor apoyo. Ayuda también una narración bien llevada en un montaje que juega a dividir la pantalla en encuadres imposibles, así como el aporte de secundarios de marcado registro como Michael Sheen, Charlotte Gainsbourg o Steve Buscemi.
Los problemas residen en un rebuscado final que parece querer plantear giro tras giro y que torna la bien llevada peripecia de los primeros actos en un disparate tan poco probable como injustamente fortuito y que bien podría resumirse en que la araña queda atrapada por su propia red.
Con todo, el tejemaneje del protagonista en sus múltiples encuentros y promesas hacen de la obra una pieza más que disfrutable, con toques de humor inteligente entre el drama y la comedia en una crítica voraz hacia el tráfico de influencias y la falsedad que termina pringando los negocios, la religión y la política.