


**Fotografía**: Adam Arkapaw **Reparto**: Michael Fassbender, Alicia Vikander, Rachel Weisz, Bryan Brown
Casi parece una constante la historia de los soldados que, después de haber vivido los horrores de la guerra, optan por exiliarse a algún lugar recóndito y solitario donde poder bregar con sus demonios internos. Es común que, en su huída, estos protagonistas terminen encontrando el amor y que, de algún modo, la muerte consiga darles alcance.
El filme de Cianfrance presenta, efectivamente, una historia de amor y de muerte. Amor en sus sentidos posibles: el amor romántico y el amor filial, inconmensurable e irrompible, que se asocia a la maternidad. Y muerte como antesala de la tragedia que sumerge a sus protagonistas en una espiral donde tendrán que medir su felicidad bajo el yugo de sus propias conciencias.
Tras alumbrar a dos bebés prematuros que nacieron muertos, la esposa del farero se hunde en la desesperación. Por ello, cuando un bote a la deriva lleva hasta la isla del faro una niña de apenas meses junto al cadáver de su padre, no duda en tomarla como si fuera suya. Su esposo, veterano de la Primera Guerra Mundial, ha visto tanto y con tanta crudeza que no presenta demasiados reparos a la hora de esconder el cadáver y fingirse padre de la criatura, a la que de hecho terminará considerando igualmente suya. Pero cuando descubre, en el pueblo, a la verdadera madre de la niña cantándole nanas a una tumba vacía, su moral y su conciencia empiezan a torturarle.
Narrada con la grandilocuencia propia de los melodramas de pasión desmedida, la adaptación de Derek Cianfrance de la novela de M.L. Stedman parece querer abarcar solo con imágenes lo que sin duda es en gran medida una narración interior. Afortunadamente cuenta con el apoyo de un Fassbender inspirado en la mesura de sus ademanes de hombre rudo, y una Vikander que es capaz de transmitir apenas con una mirada un catálogo completo de emociones y matices. Rachel Weisz, frente a esto, defiende el que probablemente sea el más complejo de los roles, el de la madre biológica incapaz de olvidar ni de perdonar.
El problema, más que en la entrega emocional de los actores —sobre todo de Vikander—, reside quizá en el exceso narrativo. Con una premisa sin duda muy potente, sorprende que los personajes se muevan por razones a menudo del todo ilógicas y carentes de sentido, desde el propio farero atormentado hasta la mismísima madre real de la niña.
Con todo, la química de la pareja —lo son en la vida real—, y la diatriba moral por parte de todos los personajes del filme, asegurarán las lágrimas de todos los que se acerquen a la obra con la inequívoca intención de dejarse emocionar. Eso sí, a los demás probablemente no les dirá gran cosa.