Que la película sobre el físico que ideó la bomba atómica comience con una alusión al relato mítico de Prometeo supone una declaración de intenciones que no termina de reflejarse en el resto del metraje. Prometeo, ladrón del fuego de los dioses, fue castigado por su atrevimiento para toda la eternidad: encadenado, un águila se comía cada día su hígado, que le volvía a crecer por la noche.



Da la impresión, viendo ese arranque, que la película va a incidir en el sentimiento de culpa de quien, con su trabajo, colaboró en la construcción de un arma que en cuestión de segundos segó la vida de cientos de miles de seres humanos y que inició una carrera catastrófica de modalidades destructivas: la bomba H o la bomba de neutrones. Y es cierto que algo de esto tiene, pero de forma muy tangencial.
Ninguna escena completa, ninguna de larga duración y, como lubricante, el permanente encabalgamiento sonoro donde un plano arrastra el sonido del anterior o el siguiente
Nolan, una vez más, elabora un tapiz con infinidad de retazos; crea una película fragmentaria y desordenada que invita al espectador a tratar de comprenderla como si fuera un mosaico. Ninguna escena completa, ninguna de larga duración y, como lubricante, el permanente encabalgamiento sonoro donde un plano arrastra el sonido del anterior o el siguiente; casi como una secuencia de montaje de tres horas. El problema es que, en su confección de edición analítica, deja bastantes hilos sueltos, o, directamente, abandonados a un segundo lugar.
Así, Oppenheimer empieza siendo un biopic, luego pasa a ser una película de espías en la Guerra Fría, tras ello se convierte en una obra judicial con el personaje en off, y se tontea, finalmente, con la consecución de la madre de todas las bombas. Eso sí, todo por encima, todo de segunda mano (a partir de los retazos de las declaraciones de unos y otros) y siempre siguiendo un modelo panóptico con todo enfocado hacia el hombre que da título a la película, incluidas, por supuesto, las mujeres que pasan por su vida.
Se destila, además, un tono grandilocuente en todas y cada una de las palabras que se construyen en pantalla, con personajes casi más cercanos al teatro o al cómic que a la realidad (Oppenheimer no puede dormir pensando en neutrones y protones colisionando; Niels Bohr te recomienda universidad nada más conocerte, y Einstein no tiene mayor preocupación que dar de comer a los patos).
El reparto es de lujo, y la fotografía y puesta en escena son sin duda lo mejor del film junto con la banda sonora de Ludwig Göransson. La fragmentación y la interrupción constante ayudan a tragar el larguísimo metraje y la mezcla de géneros. Resulta fastidioso, sin embargo, que el grueso de la película se centre en un desquite político; que se reserve un actor de la talla de Rami Malek para el deus ex machina, y que no ahonde ni en las relaciones personales del físico ni en el sentimiento de culpa que, al menos durante un segundo, parece que es lo que atormenta al Prometeo que interpreta Cillian Murphy.