Cuando su avioneta tiene problemas, un narcotraficante arroja su carga sobre un parque natural en el Estado de Georgia, hogar del oso negro. Se trata de varias bolsas deportivas con fardos de cocaína que pertenecen a un cártel peligroso. De hecho, el objetivo del narco al arrojar sus fardos es, precisamente, poder recuperarlos luego para evitar represalias. Por eso, él mismo se lanza en paracaídas agarrado a la última bolsa. Pero el paracaídas no se abre, y toda la droga termina abandonada en mitad del bosque, al alcance de cualquiera. Incluido el oso negro.



El oso negro, a diferencia del pardo, es un animal pacífico. Eso dice la wikipedia, al menos. De menor tamaño que el pardo, según estas poco fiables fuentes, para sobrevivir a un encuentro con un oso negro basta con confrontarle, mostrarse ruidoso y agresivo. Como norma general, lo más probable es que el oso negro salga huyendo. A menos, claro, que el oso haya ingerido varios de los fardos de cocaína caídos del cielo, en cuyo caso las probabilidades de supervivencia se reducen considerablemente.
Coincide que el parque natural resulta estar especialmente concurrido. Además del guardabosques y los excursionistas habituales, también se encuentran por allí unos pandilleros especializados en atracar a mochileros, unos niños que se han escapado de casa para vivir una aventura, una pareja de narcos que pretenden recuperar la droga, y la policía, que también la está buscando al haber descubierto el cadáver del que se tiró de la avioneta. Y la única incógnita es saber cuál de ellos será el último en ser destripado por el oso cocainómano.
La película de Elizabeth Banks es una gamberrada desde sus mismos títulos de crédito. Aunque afirma estar inspirada en una historia real, la trama y la historia disparan muy alto y de forma muy salvaje hacia una comedia con toques paródicos. En la vida real, el oso que encontró la cocaína murió por sobredosis; en la ficción, el oso, completamente fuera de sí, arranca extremidades, corta cabezas, aplasta, golpea y ruge con la ferocidad de un león.
A pesar de lo llamativo de la idea y lo sugerente del título, la película se pierde en un tono demasiado exagerado y caricaturesco, que termina por minar tanto la sensación de peligro como el interés narrativo. No obstante, destaca que la última actuación del fallecido Ray Liotta sea, en cierta forma, un homenaje al personaje de Uno de los nuestros que le granjeó la gloria cinematográfica. Solo por eso merece la pena darle una oportunidad, pero indispensable que sea en sala, donde las risas se contagian y la comedia tiene más vida.