


Hay artistas que tienen el don de hacer que lo complejo parezca sencillo. Atletas, pianistas, bailarines… profesionales cuyos movimientos acompasados, precisos y exactos se antojan casi tan lógicos que parecieran no tener otra opción posible; como si el error sencillamente no tuviera lugar. Cuando los acreedores de esta virtud se juntan, la componenda de sus aportaciones se torna al tiempo exquisita y sutil, armónica y sublime. La película de Calparsoro juega en esta liga.
Trenzado con hilo invisible, el guión de Guerricaechevarría teje una trama solvente en la que maneja las percepciones del público para lograr lo impensable: que los villanos caigan bien. Los delincuentes atracan un banco a plena luz del día secuestrando a punta de pistola a empleados y clientes. Les adosan chalecos explosivos y amenazan sus vidas mientras desvalijan a la velocidad del rayo las cajas de seguridad donde los anónimos guardan los fajos de quinientos y las perlas de la abuela. Insultan, agreden y aterrorizan pero, sin embargo, son los buenos de la historia. El público se pone de su parte, quizá por el magnetismo que despiertan desde el comienzo, o quizá porque entre el panal de cajas fuerte se vislumbra la alargada sombra de un villano mayor y más odiado.
Atrapados por la lluvia que inunda su única vía de escape, los ladrones empezarán a desconfiar unos de otros en cuanto se pongan de manifiesto los verdaderos intereses que mueven a su cabecilla y que, como ya adelantan los trailers, está relacionado con las altas esferas de la política. Con las autoridades apuntando hacia la puerta, y minado el escape y la confianza, la avaricia de unos y de otros pondrá en solfa la operación desnudando la verdadera faz tanto de víctimas como de verdugos al coparticipar todos del robo en mayor o menor medida bajo la bendición del «quien roba a un ladrón…», dicho que, lejos de envilecer por igual a los contrarios, parece justificar una tropelía con la análoga. Los rehenes que participan del botín, ¿siguen siendo rehenes?
Un ritmo magistralmente medido encofra la fuerza de una factura visual «a la americana»
Como ejecutado con metrónomo, un ritmo magistralmente medido encofra la fuerza de una factura visual «a la americana» y una interpretación sin duda electrizante y magnética. El tono, mitad dramático mitad cómico, huye de la relación amorosa para dejar la confrontación entre los egos y las avaricias al desnudo, salpicando la trama con la camaradería de los cómplices, los tentáculos de los poderosos, la falsedad de los justicieros y, en suma, la podredumbre humana representada en un conjunto de protagonistas donde todos, absolutamente todos, terminan siempre barriendo para dentro.
Sin duda una de las mejores piezas de lo que va de año, a pesar de la repentina solución final que, eso sí, se antoja demasiado «caída del cielo».