


Maureen es una joven estudiante que, durante su estancia en París, trabaja como Personal Shopper de una celebridad del mundo de la moda. Es decir, su labor consiste en ir de tienda de lujo en tienda de lujo en lugar de su representada y elegir para ella vestidos y complementos, experimentando de manera vicaria la sensación de ponerse diseños exclusivos de firmas inaccesibles para el común de los mortales y anhelando en su fuero interno poder lucir ella misma las joyas, vestidos y corsés que elige para la otra y que tiene taxativamente prohibidos. Y también quiere contactar con el fantasma de su hermano.
En efecto, Maureen, igual que su mellizo antes que ella, es médium. Tiene el don de poder entablar conexión con los espíritus y fantasmas que habitan en los antiguos caserones de la ciudad. Su hermano falleció de una dolencia cardiaca que ella también sufre y, quizá por eso, la joven pasa su duelo pernoctando en los lugares abandonados donde cree que puede encontrar el espíritu de aquél con la sencilla intención de despedirse. No obstante, su hermano le es esquivo y tan sólo parece encontrar fantasmas desagradables y peligrosos. Eso, o acosadores por mensajes.
Porque Maureen, casi sin quererlo, se ha visto de pronto envuelta en un juego arriesgado a través de su inseparable iPhone. Un desconocido, quién sabe si físico o ectoplásmico, no para de asediarla con mensajes controladores y obsesivos que poco a poco van subiendo la apuesta: ponte ese vestido, mándame una foto, ven a mi hotel… Una aventura al tiempo erótica y peligrosa que no sólo pone en peligro la relación que mantiene vía Skype con su novio, sino que además la llevará ante la policía cuando aparezca asesinada, como adelanta el trailer, la celebrity para quien trabaja.
Personal Shopper pretende conjugar tres argumentos enmarcados en tres géneros de difícil cohesión y con un único nexo común: la abúlica Kristen Stewart, que apenas sostiene la interpretación entre los tics impostados y el remedo de ella misma —cosa que, sin duda, hace estupendamente—. La cadencia lenta y el aspecto casi documental de la propuesta, unido a las calculadas elipsis, parecen querer enmascarar los agujeros del guion con la falsa excusa de la inteligencia del espectador. Se hace complicado empatizar con la protagonista, y más entender sus motivaciones, ya sean espirituales o terrenales.
No obstante, además de causar un entendible revuelo en Cannes, el filme de Assayas se desenvuelve con un trazo profesional para presentar una propuesta efectivamente diferente y profunda que pone sobre el tapete la superficialidad de la sociedad de consumo y sus influencers.