Un millonario jugador de cartas invita a sus amigos y socios empresariales a una partida de poker en su mansión. Sobre la mesa, veinticinco millones de dólares que el propio millonario les da para jugar. El ganador se lo queda todo, y nadie pierde más que lo que les ha sido regalado. Un chollo. Lo que no saben es que sus copas han sido envenenadas con un suero de la verdad. Podría parecer una buena estratagema por parte del millonario para ganar la partida, pero lo cierto es que ganar a las cartas es lo último que le preocupa en estos momentos. Su interés es otro, y parece que más retorcido.



Es esas están cuando un grupo de ladrones se las ingenia para acceder a la finca. Su objetivo es robar la impresionante colección de arte que atesora el millonario. Van armados, son peligrosos, y además guardan rencillas personales hacia el potentado. Rencillas que vienen desde la infancia. Por supuesto, los jugadores, en cuanto notan su presencia, dejan la partida a medias y corren a esconderse a una habitación del pánico. Desde allí, a través de unos monitores, ven la irrupción de los malhechores en la mesa de juego. Y lo primero que hacen es fumarse los cigarros y beberse las bebidas que han dejado abandonadas… de las copas envenenadas con el suero de la verdad.
Es esas están cuando de pronto aparecen en la casa la esposa y la hija del millonario, que han corrido a verle en cuanto se han enterado de los problemas de salud que tiene y que ha tratado de ocultarles durante bastante tiempo. Todo apunta a que no le queda mucho de vida, y ellas, que se acaban de enterar, llegan justo en el momento en que están los ladrones buscando el mejor botín, los jugadores, con el millonario, encerrados en la habitación del pánico, y todos drogados por el suero de la verdad que impregnaba las copas.
Una combinación explosiva para la ópera prima como director y guionista de Russell Crowe. La olla a presión narrativa que plantea en el interior de esa mansión podría dar para un juego de tensión e intriga tremendamente interesante. No obstante, el actor convertido en director hace precisamente lo contrario: de alguna forma logra desinflar todo suspense, toda sensación de peligro y toda posibilidad de sorpresa en una película que parece asustarse de su propio planteamiento.
Con todo, no deja de ser un buen pretexto para ver en sala al gigante Crowe que, pese a todo, logra aportar solvencia a su propia actuación y plantear un despliegue genuino de fantasía ricachona y testosterónica. Actúa también Elsa Pataki con su cuñado Liam.