A comienzos de los años ochenta, un joven Sam Raimi, junto a varios amigos y compañeros de Universidad entre los que estaba Bruce Campbell, rodaron un cortometraje de terror llamado Within the Woods, con escasísimo presupuesto y muy pocos medios. Una de las características más llamativas de aquel corto era el manejo de la cámara, cuya extraordinaria movilidad habían logrado atándola a un tablón de madera y moviéndola entre dos personas. El corto pasó sin pena ni gloria, ganando, según cuenta la leyenda, apenas diez dólares que los realizadores donaron a la lucha contra el cáncer. No obstante, sí sirvió para algo: a partir de él, lograron financiación para realizar su primer largometraje.



Posesión Infernal (1981) no es una buena película. La cámara amarrada al tablón resulta, quizá, lo más destacable de ella. Los efectos, de un gore exagerado, se veían ya en su momento cutres y mal acabados; las interpretaciones de Campbell y otros rezuman más voluntad que experiencia; y la trama no puede ser más simplona. No obstante, se convirtió en una película de culto dentro de los circuitos más frikis pues resulta innegable que tiene personalidad, que está bien realizada y que plantea un fondo realmente terrorífico: para sobrevivir, tienes que enfrentarte a tus mejores amigos. Fruto de ello, dos secuelas cada vez más grandes y la prolífica carrera de su director, responsable, entre otras, de los Spider-Man de Tobey Maguire o de la última entrega del Doctor Extraño.
Ahora llega a las salas un nuevo ejemplar de la franquicia que ha sabido tomar todo lo bueno del clásico y macerarlo en una obra de mejor empaque. Lee Cronin arranca su versión con la misma cámara en movimiento que hizo famoso a su predecesor —que es productor de esta nueva entrega—, si bien no tarda en jugar con el espectador actual. Posesión Infernal El Despertar tiene todos los ingredientes argumentales de la obra original: un grupo de incautos que se quedan recluidos en un lugar donde hallan un viejo manuscrito y una grabación misteriosa, y que hacen todo lo que no deben, terminando por despertar a una fuerza maligna que irá poseyéndoles uno por uno. También tiene todas las vísceras y el componente gore que se espera cualquier fan de la saga original —6.500 litros de sangre falsa han empleado, según dicen los realizadores—. Y, además, tiene todo lo que no tenía la película original: personajes interesantes, motivaciones, sensación de indefensión, y una orquestación milimétrica de todos los elementos en juego para que nada resulte azaroso o sacado de la manga. Es terror palomitero, pero bien hecho.