Anoche vivimos un prodigio. Un milagro, casi. Televisión Española dio un pasito hacia delante al programar una producción propia de calidad y además ceñirse a un horario saludable terminando antes de las doce en punto. Sí. Sí. Doce en punto. Lo indicaron con el nuevo icono que han estrenado y que viene a significar que determinados programas pueden verse sin miedo de caer en brazos de la madrugada. Eso está bien.
Prim: asesinato en la calle del turco ha marcado un hito en nuestra televisión pública reciente por un hecho muy simple: es una buena producción. Como lo oyen. Una buena producción. Anoche la vi con grato entusiasmo. Había exteriores, había berlinas, carruajes, caballos, vestuario, fotografía, buena planificación y una música que, aunque repetitiva, también ha sido digna. Incluso los fondos digitales y los cromas eran decentes, oigan. Y eso, como saben los que me conocen, no es ninguna tontería para mí.
Fíjense si ha estado cuidada la producción que los únicos elementos que me han chirriado ha sido la limpieza y el humo. Como leen. La limpieza y el humo. La limpieza, por un lado, de toda la ambientación: el Madrid de 1870 está pulcro como una patena; los sayos, capas y demás prendas parecen recién salidas de la tejedora, incluso la de los cocheros, vagabundos y demás personajes de mal fondo. Y por otro, el humo. Se está convirtiendo en una mala costumbre atiborrar el fondo del plano con humo extradiegético para dar la impresión de que hay menos profundidad de campo que la que aporta la lente. Así, aunque el efecto puede parecer estético, lo cierto es que da la impresión de que todos los interiores se están incendiando: el café, el congreso, los salones de los palacios… Bah, tonterías. Nimiedades que casi rayan lo personal del tema. Habrá a quien le guste esta puesta en escena. No es lo importante y, desde luego, el esmero a la hora de ambientar la producción lo compensa con creces.
Aunque el efecto del humo puede parecer estético, lo cierto es que da la impresión de que todos los interiores se están incendiando
Además de ser una buena producción, Prim ha tenido una magnífica interpretación. A pesar de que los diálogos han sido altisonantes y enrevesados —ya saben, diputados, señorías, senadores y demás—no me han resultado impostados. El plantel de actores —y las tres actrices— tiene tablas, y se nota. Hay afectación en algún deje, pero no injustificado. Abundan, de hecho prácticamente toda la narración se estructura en diálogo, pero no llegan a sonar antinaturales. Me los he creído. No sería capaz de señalar ni excepción ni ejemplificación destacable, y esto viene a confirmar lo que llevo tiempo afirmando: tenemos unos secundarios cobrando el paro que no nos los merecemos. Lástima que no sean, en su mayoría, ni jóvenes ni guapos.
A estas alturas del post estarán extrañados. ¿Apenas dos protestas pequeñitas? ¿Nada más? ¿Ninguna mordaz crítica de las genuinas de esta revista? ¿Ni una queja de consideración de las habituales? Te estás ablandando, Cité. Y es posible. Pero lo cierto es que en esta ocasión he decidido dejar la pega para el final porque creo que debe primar lo bueno sobre lo malo en producciones de estas, de las que nos hacen falta. Porque pega sí que hay. Y gorda.
Tenemos unos actores cobrando el paro que no nos los merecemos. Lástima que no sean ni jóvenes ni guapos.
El guión. Lo siento, Nacho, si me estás leyendo, pero la película me ha parecido novelada o, al menos, más propia de la letra impresa que del medio audiovisual. Y mira que sí se nota un profundo trabajo de investigación y una cuidada puesta en escena, pero no me ha cautivado. De hecho, por momentos, me he sentido perdido. ¿Los motivos? Solo dos. Nada más. El orden y el punto de vista.
Por exponer el primero, la producción se ha ceñido al tedioso y aburrido orden cronológico que tan poco atractivo tiene. Orden cronológico riguroso, de los de sobreimprimir la fecha del día en pantalla, como en las reconstrucciones de los documentales —ya les digo que rigor histórico sí rezuma—. Comenzamos sembrando los antecedentes políticos que posteriormente terminarán justificando la resolución del conflicto. Así, vemos cómo se va tensando la cuerda hasta que llegamos al final anunciado en el título. ¿Intriga? Cero. ¿Suspense? Ninguno. Hasta que matan a Prim, claro. Una vez que matan a Prim nos metemos en una elipsis un tanto banal y empezamos a jugar con la intriga de un joven Pérez Galdós intentando desenredar qué ocurrió aquella noche. El género pasa de epidíctico a judicial sin solución de continuidad y, de pronto, la historia gana interés —después de hora y pico de película—. Pero claro, Galdós se afana en encontrar el «qué pasó», y por eso he dicho más arriba que es una elipsis banal: todo lo demás —el «cómo» y el «por qué»…— ya se nos ha ido presentando con la manía cronológica; no tiene ningún interés; ya lo sabemos.
Por momentos, me he sentido perdido. ¿Los motivos? Solo dos. Nada más. El orden y el punto de vista
Luego tenemos el punto de vista: es múltiple. Más o menos se intuye que el protagonista es Galdós, pero no queda del todo claro en ningún momento. Si lo repasan conmigo, la película, tras el cartelón histórico a modo de prólogo, comienza con el punto de vista de Prim; luego saltamos a la perspectiva de Galdós; Prim de nuevo, hablando con Serrano; Galdós again… ¿Es cosa de dos personajes antagonistas? No. Después se nos pone en la piel de José Paúl y sus exaltados; después nos vamos a las dependencias del Duque de Montpensier; después se nos invita al contubernio de los lacayos Pastor y Solís, tras ello de nuevo Prim, luego Galdós y después el despiporre cuando llegan en tren diversos personajes nuevos que conforman varios bandos de confabuladores —pasada la media hora de la ficción— a los que acompañaremos mientras organizan sus maldades, alternando con la perspectiva de todos los anteriores que no abandonamos nunca. ¿Han entendido algo? Pues imaginen si además le metemos una compleja trama política a partir de diálogos en la que se nombra hasta a Leopoldo Hohenzollern-Sigmaringen.
Personalmente habría disfrutado mucho más si hubieran planteado la historia tal y como TVE se ha encargado de venderla: como un thriller; como una investigación periodística en la que un joven Pérez Galdós trata de recabar las piezas del rompecabezas del asesinato de Prim. ¿No les resulta más atractivo? Básicamente, lo que sucede a partir del crimen, pero extendido a toda la película. Han asesinado a Prim, ¿quién habrá sido y por qué? Un solo punto de vista, el de un joven periodista, y un orden plagado de saltos temporales, de flashbacks y de falsas pistas. Una historia de intriga, como las clásicas. ¿No les apetece más? ¿No les llama más la atención?