


Si se vieran con un determinado orden todas las películas de Steven Spielberg, se podría tener una determinada idea de la historia del siglo XIX y XX casi en su plenitud, y parte del porvenir. Desde los discursos de Lincoln hasta los precog de Minority Report; desde las pugnas de El Color Púrpura hasta los resortes infantiles de Inteligencia Artificial. De todo el periodo histórico, no obstante, la época a la que ha dedicado más esfuerzos es a la Europa en guerra, en especial en lo que refiere a la intervención estadounidense en el conflicto. Ahora completa su visión americanizada del relato contando, de la mano de los Coen, una historia de la Guerra Fría con un héroe que, como es habitual, encarna el norteamericano medio.
Y no hay otro actor que encarne mejor al norteamericano medio que Tom Hanks. Hubo una época en que era James Stewart, otro momento en que fue Jack Lemmon… y, desde hace años, es Tom Hanks. Por supuesto, quien dice norteamericano medio, gracias entre otras cosas al doblaje, está diciendo ciudadano normal. Da igual que defienda un sistema judicial y un ordenamiento jurídico diametralmente distinto al que tenemos en España, de alguna forma que sería digna de estudio, cuando vemos a Hanks defendiendo las garantías constitucionales de los Estados Unidos en los sesenta en cuanto al trato que debían recibir los espías enemigos sentimos como propio su discurso; aceptamos como propia su pugna aunque, ni en el fondo ni en las formas, tengamos nada que ver.
Donovan, un abogado de seguros, es encomendado por sus superiores para defender a un enemigo de la nación como si fuera un delincuente cualquiera. El juicio, según se dice a las claras, no es más que mero postureo; una farsa organizada para dar apariencia de estado de derecho cuando realmente el juez ha dictado sentencia desde mucho antes de que se celebre la vista. El acusado, un caballero inglés de ascendencia rusa acusado —con razón, según nos han contado— de espionaje para los soviéticos.
Donovan, consciente de que no tiene nada que hacer en una pugna contra la farsa del sistema político que retrata Spielberg, decide salvar al menos la vida de su cliente con la excusa de que puede ser de utilidad en caso de que, en algún momento de la guerra fantasma, hubiera que hacer algún intercambio. Situación que, efectivamente, termina sucediendo.
A pesar de haber leído buenas críticas, lo cierto es que El Puente de los Espías me ha terminado aburriendo
A pesar de haber leído buenas críticas, lo cierto es que El Puente de los Espías me ha terminado aburriendo. Resulta predecible, ortopédica y arrítmica, en mi opinión. El guión de los Coen podría firmarlo, realmente, cualquier otro pues no les vemos apenas en ningún elemento; igual que Spielberg, que plantea una historia patriótica donde el momento de mayor tensión se diluye en medio de todo el metraje. Abundan los diálogos llamados a remarcar el conflicto verbalmente, y es cierto que el resulta en ocasiones, si no naive, sí al menos muy edulcorada.
Pero es Spielberg, y eso siempre son palabras mayores. La factura visual, salvando el odioso contraluz resplandeciente de factura digital, es significativa, igual que la puesta en escena y la recreación histórica de un Berlín en plena construcción del muro. No yerra el pulso en lo formal, si bien se echa en falta el cuidado y el cariño de otros tiempos cuando, quizá por la escasez de medios, era capaz de contar mucho más con menos.
Pues no terminé de verla, así te lo digo. Y coincido plenamente en todo lo que dices. Si no me mantuvo sentado hasta el final… mala señal
chicos, siento disentir con vosotros. Dejando de lado la empalagosa propaganda americana de trasfondo (como muy bien habéis advertido) la película mantiene un gran ritmo basado en las complicaciones de una acción muy inteligente