


Inmersos en un futuro gris y anodino, la humanidad de 2045 vive enganchada a un videojuego de realidad virtual que permite a sus jugadores evadirse de lo mundano y sobrellevar la existencia a través de las peripecias de un avatar cibernético. El gurú creador de este juego muere dejando un huevo de pascua escondido en él que permite, a quien lo encuentre, heredar toda la fortuna del inventor así como el control de la maquinaria. Un grupo de chavales se embarca en la aventura para evitar que una corporación se haga con el trofeo e inunde el pasatiempo de publicidad. Para lograrlo, deberán desvelar los tres acertijos póstumos que el creador dejó escondidos en la historia y que basan su solución en la vasta cultura pop desde los sesenta.
Con una factura visual preciosista y abigarrada que alterna entre lo granuloso, desaturado y titubeante del mundo real y la exuberancia digital del mundo mágico dentro del videojuego, Spielberg trae una historia de aventuras juveniles llamada a encandilar tanto a los más pequeños como a sus cuarentones padres. Así, aunque la narrativa es más bien floja, más bien infantil y más bien vacua, realmente el relato no es sino una excusa para atiborrar al respetable de elementos pop con los que saciar su melancolía, como el Delorean de Regreso al futuro debidamente tuneado con las señales luminosas de El coche fantástico, participando en una carrera contra la moto de Akira, el Batmóvil de la serie de Adam West o la furgoneta de El equipo A mientras son perseguidos por el tiranosaurio de Parque Jurásico. Resulta obvio que pocos podrían haber realizado esta adaptación mejor que Spielberg quien, tanto en su labor como director como gracias a su aportación en el campo de la producción, ha contribuido probablemente más que nadie a nutrir de referentes el acervo colectivo popular.
Los olvidados por la propuesta probablemente sean los integrantes de la llamada generación millennial, que a duras penas podrán identificar todos los referentes que aparecen en el filme —salvo, seguramente, los más frikis— y que difícilmente lograrán empatizar con una carrera de obstáculos tan desganada como previsible, con personajes de planicie argumental y villanos maniqueos. A ellos les queda, en todo caso, la cercanía en edad con el inexpresivo protagonista, así como una peripecia más o menos entretenida y visualmente absorbente —mareante por momentos—, que pese a todo tiene diversos aciertos, como el homenaje a El Resplandor de Stanley Kubrick y su Hotel Overlook, en cuyas siniestras dependencias se desarrolla el mejor pasaje de la aventura.