


Dice Sabina que lo peor del amor cuando termina es que al punto final de los finales no le sigan dos puntos suspensivos, y quizá se trate del mejor resumen involuntario que se pueda hacer de la película dirigida y autoadaptada por William Nicholson. Después de casi treinta años de matrimonio aparentemente feliz, el personaje de Edward (Nicholas Burns) ha decidido romperlo. El motivo es de una enorme simpleza: se ha vuelto a enamorar de otra mujer; una mujer que le ha abierto los ojos a una realidad ahora incontestable, y es que nunca ha sido realmente feliz, pues nunca ha podido ser realmente él mismo bajo el incontrolable carácter de su esposa Grace (Annette Bening).
Para amortiguar el golpe, el padre invita a su único hijo, ya emancipado, a pasar el fin de semana en la todavía casa familiar a los pies de los idílicos acantilados de Hope Gap, en la costa británica. El hijo (Josh O’Connor) relata en voice over que solía jugar de pequeño bajo aquellos acantilados, cazando cangrejos y demás criaturas marinas, mientras su madre le esperaba paciente. Añade, además, una reflexión al respecto: nunca se planteó en su niñez cómo se sentía su madre. No es tampoco responsabilidad de los niños preocuparse del bienestar de sus progenitores o, al menos, no lo es durante la infancia. Luego sí, como descubre el joven.
La obra presenta un triple punto de vista abocado al conflicto sin remisión
De este modo, la obra presenta un triple punto de vista abocado al conflicto sin remisión. Por una parte, la perspectiva de una mujer que de la noche a la mañana descubre que no es amada como ella creía, y que de pronto tiene que afrontar el abandono repentino, la soledad y el sentimiento de culpa. Por otra parte, los argumentos de una hombre que ha pasado la vida con la cabeza gacha y que, de pronto, encuentra una felicidad sincera que le libera de un yugo personal que siempre ha llevado sin ser del todo consciente. Por último, la desgarrada posición de un hijo que es testigo de la ruptura y que se ve forzado a mediar entre dos polos irreconciliables, manteniendo una posición tan neutral como dolorosa mientras ve desgajarse a su familia.
La obra de teatro que antecede a la película, escrita por el propio Nicholson, estaba inspirada en la separación de sus padres. Tal vez por ello el film rezuma la realidad del desamor por sus cuatro costados; o tal vez sea por la desgarradora contribución de sus intérpretes, que están en estado de gracia al retratar tres posiciones vitales tan humanas que es imposible tomar una sola como la correcta…, o tal vez se deba a la conjunción de ambas cuestiones con una fotografía y una música de contornos sutiles y discretos. Se trata, en cualquier caso, de una película de factura contenida y trazo sobrio para dejar aire a una historia madura e interesante.