He vuelto del trabajo, cansado de trabajar mucho y cobrar poco. Me encuentro delante del televisor mientras engullo lo primero que he encontrado en mi nevera, una ensalada de pasta comprada en un supermercado cualquiera. Trozos de cebolla arruinan el placer ácido del queso feta. Odio la cebolla cruda.
Pero no sé que es lo que me está dejando peor sabor de boca, si la cebolla traicionera o lo que estoy viendo en la tele: información sobre la «Operación Púnica» —o, como ha dicho la corresponsal, «Operación Púbica», la pobre—. Corruptos desfilando de telediario en telediario, dinero en Suiza y la gente sin llegar a fin de mes. Mientras hermanos, amigos y desconocidos pasan dificultades veo la lista de propiedades de Francisco Granados.
Y me entran ganas de hacer el bestia.
Me sube la violencia desde las entrañas, me pregunto qué hemos o qué no hemos hecho para llegar hasta aquí. Por qué no reventamos, por qué no explotamos y exigimos cadáveres políticos. España parece sedada. ¡Qué civilizados somos en este país, que no nos hemos cargado a nadie todavía! Y me acuerdo de Relatos Salvajes, de Damián Szifrón.
Relatos Salvajes, la nueva joya del cine argentino, la nueva película que «hay que ver», no puede estar más en conexión con el sentir general de los pobres españoles y españolas de a pie. En realidad no es una película. Son seis cortos con tramas independientes. Seis historias diferentes protagonizadas por una serie heterogénea de personajes de amplio espectro social argentino: un ricachón descerebrado, un trabajador ninguneado, una mujer víctima de un corrupto,…
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Pero sí que hay conexiones entre ellos si atendemos a otros aspectos. Uno es su tono brutalmente cómico, que deja al espectador en una encrucijada en muchos gags: ¿Me río o me revuelvo? La comedia negra tiene en Relatos Salvajes uno de sus mejores baluartes, heredera del cine de Tarantino y de aquellos maravillosos Cuentos Asombrosos de Spielberg, a los que la cinta hace un sentido homenaje paródico ya desde su título.
Los que superamos la treintena y éramos videoclubers allá por los ochenta recordamos Cuentos Asombrosos como opción siempre válida para alquilar y ver un viernes por la noche. Cada capítulo constaba de tres historias independientes pero siempre con una mezcla de humor, terror y neofantasía. La película argentina que nos ocupa ha suprimido la fantasía por algo mucho más interesante: la violencia de seres anodinos que en un instante se vuelven «salvajes».
Szifrón se esfuerza en que nos creamos que esos personajes simplones y prosaicos tengan un día de furia, sean «detonados» y se revuelvan contra los que los consideran inofensivos y pasivos. Y es en ese revolverse, en el instante en que se abandonan a sus impulsos más violentos, cuando nos parecen más humanos.
La primera historia, más breve y quizás menos creíble que el resto —pero igualmente disfrutable— nos adentra en los caminos por los que nos moveremos la siguiente hora y media. Este prólogo rompe nuestros esquemas y nos avisa de que lo que viene a continuación es gamberro y que no hace prisioneros, pero que será, si quieres jugar, tremendamente divertido.
Después de unos créditos que podrían haber sido la cabecera de cualquier serie americana de última generación, asistimos a los otros cinco relatos, igual de geniales, igual de ingeniosos, igual de viscerales. Dichos créditos, una sucesión de fotos de animales y una banda sonora cercana al Spaguetti Western, refuerzan la tesis de la película: somos fieras y los subidones de adrenalina, la violencia, la supervivencia, el odio o la pasión forman parte de nosotros.
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Otro punto fuerte es el sonido, y no sólo por la música compuesta por Gustavo Santaolalla: un montaje sonoro espectacular acentúa cada sensación y emoción. Efectismo al servicio de la narración, de la tensión y de la sorpresa. Claro que lo visual tampoco le va a la zaga, con algunos momentos magistrales, siendo la elección de los planos, al igual que el sonido, un actante más.
Y hablando de actantes, mención última para todo el elenco, y eso que algunos de ellos no son santos de mi devoción. Las historias son todas en primera persona pero funcionan gracias a los secundarios y a los antagonistas. Todos funcionan a la perfección porque todos han sabido captar el tono de la película en sus interpretaciones.
Así que aprovecha y ve a verla antes de que te la destripen, que se hablará de ella en los ambientes gafapasta pero también en charlas más mundanas, que la película dentro de su agresividad es bastante comercial. Una prueba de ello es que hacía mucho que no oía aplausos en una sala, y no era un pase de prensa en Sitges: era lunes de fiesta del cine.
Apuesta segura y que tiemble el bipartidismo, que como cunda el ejemplo y explotemos nosotros…
Hay películas que «conectan» con un determinado momento, estado de ánimo, sentir general. Coincido en que buena parte de la complicidad de Relatos Salvajes con el público se basa en esto, en haber reflejado la situación de crispación y hartazgo que la sociedad argentina (y también la nuestra) sienten hacia un estado de cosas que percibe ajeno a ella.