Todas las películas de exorcismos tienen, básicamente, la misma trama: algún demonio se introduce en el cuerpo de una persona inocente, cuya voluntad y fisiología controla de forma errática y pringosa. Le hace frente un sacerdote católico, preferiblemente instruido en el complejo rito del exorcismo que no todos los clérigos pueden administrar. A menudo el exorcista no las tiene todas consigo, o está en una etapa vital en la que duda de su fe, o no es la persona adecuada para oficiar el rito y precisa de un mentor más experimentado —que desaparecerá en el momento idóneo para elevar la tensión de la trama—. Las víctimas pueden ser de todo tipo, pero los demonios parecen tener predilección por niñas pubescentes con rostro angelical que terminarán ejecutando todo tipo de contorsiones y profiriendo todo tipo de exabruptos, obscenidades y blasfemias. Es algo axiomático. Si en las pelis de pistoleros hay duelos al sol, en las pelis de exorcismos los crucifijos se mancillan con usos originales de su ergonomía.



¿Cómo innovar, por tanto, en un subgénero tan trillado? La innovación que presenta Reza por el diablo es la más obvia, simple y coherente a la lógica de los tiempos actuales: el exorcista, en esta ocasión, es mujer. Se trata, siguiendo las premisas del film, de algo inaudito y prohibido por el Vaticano. Por ello, puede parecer que la historia tiene un aire subversivo, aunque lo cierto es que realiza justo la función contraria.
La hermana Ann, novicia, trabaja como enfermera en una institución muy especial. Se trata de una especie de hospital-escuela para exorcistas. Allí los sacerdotes no sólo se forman en tan complejo rito, sino que además practican con posesos reales que tienen confinados en una especie de centro privado, en espera de poder confirmar si lo suyo es algo demoníaco o si se trata de alguna afección mental. Ann no puede ser exorcista, pero lo desea. A menudo se cuela en las clases y toma apuntes de las lecciones. Porque Ann ya ha tenido contacto con el demonio en su infancia, cuando su madre sufrió una posesión que terminó con su vida. Fiel a los preceptos del género, en el centro internarán a una niña preadolescente poseidísima que entablará una relación especial con la novicia. El resto del film se puede, por tanto, adivinar.
Con una deriva que la acerca más al drama que al terror, y con ausencia de sustos y sobresaltos, la película de Daniel Stamm sobre la ruptura del techo de cristal en el mundo de los exorcistas va de cliché en cliché. La trama resulta más que predecible, y la historia es pueril y simplona. Pese a ello, por momentos la obra recuerda a personajes emblemáticos del empoderamiento femenino como Buffy cazavampiros, lo que permite que pueda disfrutarla los fans del género.