En el mundo del cine hay determinadas paradojas que se cumplen una y otra vez con independencia del periodo. Una de ellas es que los peores intérpretes para determinados papeles resultan ser los reclamos más comerciales para las películas en las que se dan. Otra es que, en ocasiones, es necesaria una buena polémica en torno a los acontecimientos sucedidos tras las cámaras para lograr el interés por aquello que sucede delante de ellas. No te preocupes, querida cumple con ambas.



El regateo de miradas en la alfombra roja del Festival de Venecia en su última edición fue la eclosión de una larga ristra de dimes y diretes airados por la prensa y el clickbait. Escándalos de diverso pelaje entre los intérpretes de la obra, los ex-intérpretes de la obra, así como los amantes, familiares y escarceos sexuales durante la producción de la obra han provisto de salsa rosa un argumento que, en realidad, resulta anodino y muchas veces visto.
Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) son un matrimonio modelo de los años cincuenta, con todo lo que ello significa en términos de machismo y patriarcado. Él es un valioso empleado de una firma importante; ella, una ama de casa de esas que limpian a diario las ventanas y preparan cinco platos para una cena de dos. Su vida es monótona y tranquila en una urbanización que parece tenerlo todo. La única norma es no salir de ella. Y no hacer preguntas.
No hay que buscar mucho para encontrar ejemplos de obras basadas en amas de casa sometidas a las desventuras de la jaula de oro; tampoco para hallar referencias de historias sobre sociedades y sectas de soterrado hermetismo interesadas en los protagonistas más por las posibilidades de sus cuerpos que por el desarrollo de sus personas. En La semilla del Diablo eran satánicos, en Déjame salir, psicólogos. Para el caso, No te preocupes, querida no aporta nada nuevo ni diferente.
La química entre sus protagonistas resulta también escasa. No sabremos nunca qué habría sucedido si el visceral LaBeouf no se hubiera marchado del rodaje —o no lo hubieran despedido—, pero sí resulta evidente que entre Pugh y Styles hay poco que rascar. Tampoco hay feeling con el resto de “amigas” de la urbanización, entre las que interpreta un papel la propia directora, Olivia Wilde, a quien todos ignoraron en aquella alfombra roja, incluso —o especialmente— el citado Styles, con quien se supone que hacía algo más que repasar los diálogos.
El caso es que la película, pese a venir más acompañada por cotilleo que por historia, se sostiene sobre las fuertes espaldas de una Florence Pugh inmensa, telúrica y avasalladora, que se come en pantalla a todos los demás. Por ella, merece la pena.