Después del parón navideño vuelvo por estas tierras para comentar algo que, más mal que bien, me ha estado incordiando durante todas las fiestas: el puñetero hashtag de lo de Sálvame.
Imaginen el coitus interruptus cuando, ebrio de turrones y mazapanes, y henchido de la exaltación familiar, descubro que todo Telecinco prefiere potenciar en las redes su quejicosa reclama antes que el éxtasis navideño. Vale que lo emitido durante las celebraciones tampoco es que fuera lo más, pero tan malo como para preferir que se hable de lo otro tampoco parecía, como para andar poniendo etiquetas extrañas en las esquinas de las pantallas. Y al fin y al cabo «lo otro», lo del Sálvame, no es como para montar la que se ha montado.
Que sí, oye, que comprendo el golpe. Sálvame puede que no tenga ni calidad ni valor televisivo, pero es rentable. Y es rentable no porque haya una audiencia millonaria y fiel, que también, sino porque es barato, rápido de realizar y cubre horas y horas y horas de televisión. No es difícil de calcular: si por lo que cuesta un solo programa con un guión más o menos flexible llenamos cuatro horas de parrilla, y encima hay gente que nos ve, tenemos la caja hecha. Claro que para que la gente nos vea hay que dar carnaza. No se consigue nada sin cebo, y cuanto más jugoso sea éste más grande será la pieza. Recuerdo en mi infancia tardes de pesca desde la barquichuela de un amigo y el éxito que tenía verter triturados y restos de pescado por la borda para atraer a nuestra clientela. Apestaba, pero cumplía su objetivo.
Se han puesto estrictos con los vertidos: nada de tirar mierda al agua cuando haya niños nadando
El problema es que se han puesto estrictos con los vertidos que inundan nuestros canales a determinadas horas, y claro, eso nos fastidia la pesca. Nada de tirar mierda al agua cuando haya niños nadando. Eso duele. Si no podemos dar carnaza se nos lastra todo el fundamento de la empresa. Al carajo. Dejamos de ser rentables y a ver qué hacemos; a ver cómo pescamos ahora. Ya. Navidad de campaña para salvar Sálvame, que sólo con el nombre parece no ser suficiente. Persuadamos a la plebe con eso la libertad y tal; metamos miedo con la mentira de que nos quieren cerrar; digamos la patraña de lo de los niños con sus padres, que cada cual eche al río lo que le dé la gana y si no quieres no te bañes. Y bufonada al canto, que con esto hasta subimos audiencia y todo.
El argumento de que los responsables de lo que ven los niños son los padres y que Telecinco no tiene culpa de nada es tan absurdo como decir que los responsables de que los niños no fumen son los padres y el estanquero que venda a quien quiera; como decir que los responsables de que los niños no se alcoholicen son los padres y el del bar que ponga cubatas sin restricción. ¿Les parece? Si resulta que los padres son negligentes, los perjudicados no son ellos sino los niños, los indefensos. ¿Está la cosa como para permitirlo?
Claro, es que Telecinco es una empresa privada, como Malboro o como Playboy. Si Playboy puede vender mujeres desnudas, ¿por qué no Telecinco? El problema está en que el canal de emisión no es privado. Es público. Sí, sí. ¿No lo sabían? Mientras que Playboy paga el papel en el que imprime sus revistas, paga el almacén en que las guarda, al transportista que las lleva al quiosco y al quiosquero que las vende, Telecinco emite su señal empleando un medio que es de todos. El aire, la frecuencia, el espacio radioeléctrico por la que emite Telecinco no es de Telecinco; el múltiplex de TDT por el que emite Telecinco no es de Telecinco. De hecho, es tuyo, y mío. De todos. Como las carreteras, como los parques, como la capa de ozono. Lo que tiene Telecinco es una concesión administrativa, una licencia, un permiso que le hemos dado para usarlo y explotarlo a cambio, obviamente, de cumplir unas determinadas normas entre la que está la de no emitir cosas de adultos cuando los niños puedan estar viendo la tele.
Los niños son más dueños de la TDT que Telecinco y tienen el mismo derecho que cualquiera a ver TV en abierto
Porque al final, si nos ponemos finos, los niños son más dueños de la TDT que Telecinco y tienen el mismo derecho que cualquiera a ver la televisión en abierto. El plus no. El plus lo paga papá. El Ono, o el Movistar tampoco. Ahí que cada cual se apañe. De lo que hablamos es de lo de todos, y lo de todos también es de ellos. Lo siento, Jorge Javier. La tele en abierto, toda ella, es también de los niños, aunque os fastidie la recaudación. De hecho, te digo más: no sólo es de ellos sino que ejerce una enorme influencia sobre ellos, y la educación y la salud mental de los niños es mucho más importante que el dinero que gana Sálvame, sorry. Claro, eso no implica que tenga que ser todo para niños, ni blanco, ni infantil. De ahí que nos hayamos inventado la tontería de los horarios como si un pacto con los padres se tratase. Ni una cosa, ni la contraria. No se trata de prohibir nada, sólo que el sexo, la violencia, los insultos, las vejaciones y el resto de «cosas de mayores» a partir de las diez y todos contentos. Lo sentimos pero no se puede fumar durante el vuelo, que molesta a los pequeños y sus padres.
En lo que sí tengo que darle la razón a Telecinco es en eso de que el resto de cadenas tampoco programan cosas muy aptas que digamos, empezando por los crímenes de Castle toda la tarde, los sucesos en la pública y los culebrones a veces sórdidos de las demás. Es verdad. No todo es apto, o igualmente apto, ni los que cuadran la parrilla parecen tenerlo muy en cuenta. Aunque no soy yo quién para discernir qué sí y qué no. Para eso hay organismos como el que te ha metido el puro, Telecinco. Cuando Amar es para siempre o El secreto de Puente Viejo reciban las cerca de doscientas denuncias que recibió Sálvame en 2013 imagino que tomarán también cartas en el asunto. O al menos eso espero, tú.
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