


La historia de Antígona, escrita por Sófocles cuatrocientos años antes de Cristo, es una tragedia universal porque narra un conflicto que puede ser entendido más o menos por cualquier cultura. Cuando el rey Creonte prohíbe sepultar el cuerpo del hermano de Antígona por ser un traidor, ésta no duda en robar el cadáver para darle sepultura como mandan los ritos fúnebres. Transgresora de la ley civil, Antígona se enfrentará a la muerte por su desobediencia.
Tras sorprender en el Festival de Cannes llega a nuestras salas El Hijo de Saúl, primer largometraje del director húngaro László Nemes y también primera obra maestra, que ya se postula como favorita a ganar el Óscar a mejor película de habla no inglesa.
El Hijo de Saúl se ubica en un campo de exterminio nazi para meternos en la piel de un «sonderkommando» —prisioneros judíos obligados a limpiar las cámaras de gas de cadáveres— que cree reconocer entre los cuerpos a su propio hijo. Sin dudarlo, esconderá el cadáver y se lanzará a buscar entre los demás prisioneros a un rabino que pueda darle una sepultura como Dios manda. En su empresa, no dudará en participar del intercambio de favores de un grupo de trabajadores que están tramando fugarse.
Con un dramático telón de fondo, el filme destaca por un manejo sublime de la factura visual y la puesta en escena. Con planos secuencia cerrados cámara en mano, la fotografía se centra en el protagonista para dejar el horror del exterminio nazi en los márgenes de la imagen, medio velados por el fuera de campo. Esto no quiere decir que se eluda mostrar la realidad sino más bien todo lo contrario: aun fuera de foco, la peripecia del protagonista nos llevará a través de un dantesco recorrido por todo el campo de exterminio, desde la cámara de gas hasta los hornos crematorios; desde la fosa común hasta los montones de ceniza.
Sin duda una obra maestra que merece el mal trago de pasar un rato en las entrañas del Infierno
El manejo de la banda sonora resulta igualmente soberbio. Al crisol de lenguas que se agolpan en el oído se suma el lamento, la angustia y el feroz silencio de la muerte. Los disparos, el crepitar de las llamas, o el fatídico sonido del motor de la camioneta que trae a los reos para su ejecución se entremezclan en un vaivén sin final que contribuye a crear una atmósfera claustrofóbica que por momentos puede resultar mareante.
El fuera de campo no sólo aporta a la trama su principal puntal en lo audiovisual, también en lo dramático. Con un planteamiento cargado de sutilezas se tejerán las relaciones entre los integrantes del cuerpo de prisioneros trabajadores, el personal militar de la SS o el encuentro con la sección femenina del campo de trabajo en un diálogo con el espectador que engrandece la historia.
Sin duda una obra maestra que merece el mal trago de pasar un rato en las entrañas del Infierno.