Si el doctor Joseph Bell hubiera sabido todo lo que ha dado de sí la franquicia que él inspiró, probablemente la relación con Sherlock Holmes habría ido más allá que meramente prologarle un libro a Conan Doyle.
No hace falta que les cuente de qué va el asunto. Ya conocen al personaje. Probablemente lo conozcan desde su niñez. Incluso si no han leído nada al respecto lo han tenido que ver. Se lo han encontrado de frente sin quererlo en algún lugar. En Poirot, en Lansbury, en Colombo… Incluso en Adso de Melk. Siempre está ahí, como un fantasma transmutado; como un arquetipo mil veces repetido y otras mil elogiado.
La ficción televisiva no ha sido menos. House era Holmes con otro nombre, pero con su misma cachaza; Bones es Holmes con otro sexo, pero con su misma animadversión por lo humano. Y es que la clave del asunto es la repetición sin que se note; la revisión maquillada: es lo mismo de siempre, pero no es igual. Ya saben. La reinvención del mito y tal.
Pero lo cierto es que, puestos a reinventar, en los últimos años estamos asistiendo a una reinvención tan sutil que apenas es lo que pretende. Si en Diagnóstico asesinato se tomaban la molestia en disfrazar a Holmes de médico para que no lo reconozcamos como el residente de Baker St., últimamente ni eso. Lo que viene siendo la ley del mínimo esfuerzo, vaya.
Nunca antes habíamos tenido tanto Sherlock como Sherlock, sin zarandajas ni bigotitos ni Peugeot 403. Si Garci se atrevió a ponerlo a pasear por las calles de Madrid, entre toros, cocidos en Lhardy, y paseos por el Retiro —con un resultado poco atrayente, la verdad—, Bill Condon, que acaba de dirigir al sherlockiano Benedict Cumberbatch en El quinto poder, se aventurará a poner al detective en los años cuarenta, ya anciano y retirado, pero atormentado por el recuerdo de un caso que no pudo resolver. El proyecto se llama A Slight Trick of the Mind, se empezará a rodar el año que viene, y cuenta con el actor Ian McKellen (sí, Gandalf) para interpretar a Sherlock.
En el ámbito televisivo tampoco se cansan de explotar el mito sin más reinvenciones que cambios de época o de escenario. No voy a mencionar la enésima intentona de Televisión Española porque está en plena preproducción —llegará el día, tranquilos—. De un lado del Atlántico lo hacen emigrante en la Nueva York contemporánea y le ponen de partenaire a una Watson mujer de rasgos orientales —quién se lo iba a decir a Lucy Liu cuando rodaba aquellas tomas perdidas para Jerry Maguire—. Ya saben: hay que explotar un poco la tensión sexual no resuelta que tan gratas temporadas ha sostenido en series detectivescas desde Remington Steele hasta Castle; desde Luz de Luna hasta El Mentalista. En Elementary, no obstante, van a encontrar un Sherlock un tanto maltratado que, aunque conserva la flema, es más histriónico y adivino de lo recomendable. Estrenan segunda temporada a finales de septiembre:
Por otra parte, nuestros amigos al otro lado del Canal de la Mancha ya han puesto a funcionar la tercera temporada de la serie Sherlock, una revisión también contemporánea, muy bien llevada, y recomendable a más no poder. Se nota que para ellos es patrimonio nacional: lo tratan con cariño. Lo cuidan. Y, aunque la sombra de Jeremy Brett es alargada, me parece que están haciendo honor al Dr. Bell y su inagotable leyenda.