


Con la llegada del calor terminan las series. Es ley de vida. Anoche echó el cierre Sin Identidad, la producción de Diagonal para Antena 3, con Megan Montaner al estilo Revenge contra un Tito Valverde que parece empeñado en ejercer de figura paternal de la aragonesa —ya la «apadrinaba», en cierta forma, en Víctor Ros—. El resultado final, una vez que ya se ha despedido de las pantallas televisivas —perdurará, quién sabe si para siempre, en las digitales— es positivo. No ha tenido grandes alardes y en ocasiones la trama ha hecho honor al nombre de la serie, pero a cambio nos ha deleitado con una fotografía de productora profesional, giros bien llevados y algunas interpretaciones sencillamente soberbias.
Los comienzos no se me hicieron fáciles. Reconozco que entré engatusado por la publicidad que enmarcaba de forma tan atrayente una historia de venganza con exteriores, mujeres protagonistas y reminiscencias a lo Dumas; pero salí espantado antes de terminar el primer episodio cuando me topé con una historia lenta y sin chicha de niños robados con su monja malvada, su abuela bondadosa y su secreto familiar. Afortunadamente, me dio por darle una segunda oportunidad al ver que la cadena también lo hacía, y realmente creo que han sabido reconducir la serie hacia algo diferente. Eso sí, tampoco sabría decir exactamente qué.
Sin Identidad ha sido una historia de venganza eclipsada por una historia de corrupción, eclipsada a su vez por un conflicto familiar de culebrón, eclipsado nuevamente por un thriller médico, y todo aderezado con explosiones, mafia china, prostitución y algún romance lésbico en la mediana edad. Sí. Difícil definirla. Por eso digo que en ocasiones ha hecho honor a su nombre. Sin embargo, el balance de todo es, insisto, positivo. Las tramas de relleno han tenido el interés suficiente como para ganarse carta de igualdad con la trama principal, aunque se hayan echado en falta algunos instantes que de otra forma serían obligados —la venganza contra los chinos, por ejemplo—.
Me ha enganchado por la fotografía, realmente. Sin Identidad ha tenido la deferencia de, fíjense qué tontería, dar a la audiencia la calidad que la audiencia merece. A la abundancia de exteriores se ha sumado el acierto de desarrollar gran parte de la trama en una casa transparente real, con el juego —y la dificultad— que eso supone. La iluminación ha sido natural siempre que se ha podido; la factura visual, envidiable. Se ha jugado con angulares, planos subacuáticos y otros muchos recursos para aportar un realismo tangible, subrayado y patente, que además ha estado condimentado con algunas interpretaciones soberbias.
Pero mi gran descubrimiento ha sido, sin lugar a dudas, Verónica Sánchez
Podríamos discutir horas si de verdad Megan Montaner, Lydia Bosh o Tito Valverde se han salido o no del registro al que nos tienen acostumbrados; o si Eloy Azorín o Daniel Grao han sido convincentes en su roles de pagafantas y vividor estirado respectivamente. Miguel Ángel Muñoz quizá haya sido, de todos, uno de los que de verdad ha tenido que llevar adelante un personaje realmente complejo, tanto en lo emocional como en lo temperamental. Pero mi gran descubrimiento ha sido, sin lugar a dudas, Verónica Sánchez —compréndanme, Los Serrano marcaron un longevo precedente—. El personaje de Amparo ostenta una tensión dramática muy superior, en mi opinión, que cualquier otro. Su rol ambiguo me resulta incluso más interesante que el de incluso la protagonista, sencillamente porque ella, Amparo, tiene que afrontar abiertamente la pugna con sus enemigos en su propia casa. Piénsenlo. María, a pesar de la venganza, los tejemanejes y los contubernios, campa a sus anchas, casi como una quinceañera y no como la cuarentañera que se supone que es. Amparo no. Su juego de femme fatale/superviviente/madre coraje es tan duro y al tiempo tan contenido que me ha cautivado desde el primer momento.
Sin Identidad se ha ido dejando tras de sí una estela que se suma a la que están dejando otras producciones que, de pronto, parecen haber vuelto a considerar que efectivamente hay vida inteligente al otro lado de la pantalla. Estamos ante lo que parece el comienzo de una nueva ola que pinta muy, pero que muy bien para nuestro panorama televisivo. Ojalá no decaiga.