Cuando Maddie se queda sin coche pierde también su medio de vida, ya que es una precaria conductora de Uber. Amenazada por el desahucio, busca desesperada una fuente de ingresos que le permita mantener la casa familiar y, además de trabajar como camarera —con poco éxito—, da con una oferta un tanto extravagante: los acaudalados padres de un muchacho de instituto buscan a alguien para que lo espabile antes de que empiece la universidad. No se trata de nada sexual, pero casi.



Maddie, consciente de su amplia experiencia en asuntos de hombres, se presta al engaño confiada en que podrá sacar al chaval del cascarón en un par de tardes. Sin embargo, el chico no solo es paradito e infantil, sino que resulta inmune a todos los intentos de seducción por parte de Maddie. En su afán por ganárselo y someterle a un proceso de maduración exprés, y dado que el sexo no parece surtir efecto, Maddie terminará participando de las actividades propias de una pubertad que, en realidad, ella nunca experimentó. El adolescente, por tanto, termina por resultar ser más maduro en lo emocional que su autoproclamada mentora, dándole, a fin de cuentas, una lección de vida.
El género de las comedias comming of age tiene diversas vertientes. Por un lado, se pueden encontrar historias más o menos realistas de adolescentes que descubren quiénes son a lo largo de un proceso a veces doloroso o ridículo. Por otro lado, abundan las películas centradas exclusivamente en las gamberradas fiesteras de erotismo exacerbado y tono chabacano. El sexo, en ambas opciones, es tan indispensable como el baile de graduación. Y, en concreto, el tropo del adolescente con la mujer madura resulta casi una constante, ya sea en El Graduado o en American Pie.
Sin malos rollos se adscribe de alguna forma a un punto intermedio. No faltan en pantalla los chistes de temática sexual, los desnudos más o menos explícitos y cierto tono de humor chabacano. No obstante, el fondo de la historia termina llevándola hacia una profundidad inesperada. Temáticamente, la película plantea numerosas alusiones a la sociedad actual y el tipo de educación sexual y emocional que reciben los adolescentes hoy día. Y lo hace tanto desde la perspectiva de la rara avis que escapa de la regla —el adolescente— como desde el punto de vista de la mujer “madura” —tampoco tanto, solo treintañera— consecuencia de una educación afectiva deficiente y que no sabe divertirse sin alcohol o sexo.
Como consecuencia, el resultado también se queda a medio gas. Aunque la historia está bien desarrollada y es coherente en todo momento, ni tiene el carisma de las comedias de John Hughes ni los gags son tan graciosos como se podría esperar de una gamberrada adolescente.