El actor Daniel Craig, que interpreta a James Bond desde 2006, ha dicho en más de una ocasión estar harto del personaje. Machista, alcohólico, violento… Bond es un arquetipo masculino para otra época o, quizá, para otro mundo. Sus películas son tradicionalmente una colección de clichés: el archivillano omnipotente, el esbirro genéticamente adulterado, la enrevesada misión de turno para salvar el mundo y, por supuesto, la relación tóxica con dos mujeres. Siempre con dos.



Porque Bond, el clásico, solía solventar las tramas a golpe de cama. Caían en sus sábanas sin remedio tanto la colaboradora como la secuaz del villano; la femme fatale y la chica Bond. Una perecía en la misión —o se sacrificaba después de que una noche de pasión la hiciera caer del guindo— y la otra cerraba la película abrazada al protagonista, morreándose en algún paraje exótico mientras las fuerzas del MI6 se afanaban por rescatarles. Y luego, en la siguiente película otras dos, y así.
El director Cary Joji Fukunaga, aliado con un grupo de guionistas entre los que se encuentra la famosa Phoebe Waller-Bridge, se han propuesto aprovechar la despedida de Daniel Craig del personaje —no va a interpretar más al agente 007— para trastocar todos los clichés posibles de la factoría o, si no todos, sí al menos los que tienen relación con las mujeres Bond. Y, como resultado, nos encontramos con una buena película.
James Bond arranca la obra con la pareja de una película anterior, lo cual resulta ya de por sí extraordinario. Van juntos a visitar la tumba de una amante previa de Bond, la primera de la era Craig. Y esto ya le da la vuelta por completo al personaje. Luego, ya metido en la misión, contará con varias agentes colaboradoras que, oh sorpresa, no terminarán en su cama: Lashana Lynch, que interpreta a otra agente del MI6 heredera de su código 007; y la espectacular Ana de Armas, a quien le sobran los quince minutos que está en pantalla para llevarse el gato al agua y comerse toda la película. Enfáticamente, Bond se despedirá de ella con un apretón de manos.
Aunque todo esto ha erizado el vello de los fans más ortodoxos, en realidad pueden estar tranquilos. La película sigue manteniendo sus claves de franquicia: el villano extravagante que quiere destruir el mundo, el esbirro genéticamente adulterado, la historia de espías y de sociedades secretas… y toda la parafernalia que la hacen ser una entrega más de 007 y caer, de nuevo, en lo de siempre. Tanto es así, que a uno le queda la sensación al salir de la sala de que podría haber visto una gran película de James Bond de no haber sido por el puñetero James Bond.