


Hay algo en lo que parecen coincidir todos los críticos: Skyfall no es de este mundo —entendiendo éste como el universo Bond—. La película de 2012, tercera de la era Craig, planteaba un salto cualitativo con respecto a la mediocre Quantum of Solace y situaba al famosísimo personaje de James Bond en otro lugar, en otro tiempo. De pronto, una saga que parecía haberse convertido —quizá siempre lo fue— en franquicia publicitaria de relojes, gafas y otros accesorios masculinos jugaba a la imitación con su —ya— más potente competidora (Bourne) y le otorgaba de sopetón un pasado al protagonista, un conflicto interior y, a la postre, una amenaza con visos futuribles: el villano, encarnado por un inmenso Javier Bardem, era el propio Bond envilecido; un agente «doblecero» como él mismo, capaz, eso sí, de dar el paso que nunca daría nuestro James. Por eso tal vez la vuelta al Bond de los orígenes desluzca un poco el planteamiento de Spectre, que parece querer cerrar un círculo que nunca se pensó como tal, a la vez que homenajea con morriña los elementos más reconocibles del personaje desde sus comienzos.
Con una trama que juega a mezclar las de las películas anteriores, Spectre plantea la posibilidad de que todas las tragedias que ha soportado Craig desde que se enamorase en Casino Royale nacieran de un denominador común: un súper villano de los de antaño; un archienemigo de aquellos de maldad injustificable y gato en el regazo que lo controlaban todo; de aquellos que escapaban siempre en el último minuto para seguir dando sentido a las continuaciones. Es más: el rescate de un viejo contrincante de las novelas como Ernst Stavro Blofeld (Christoph Waltz) es sólo uno de los muchos guiños que pueblan la película en un alarde de autoreferencialidad nostálgica que parece querer justificar en sí mismo la caspa. «Los muertos están vivos», comienza sobreimprimiendo el filme en evidente declaración de intenciones hacia lo vintage.
Aunque probablemente en eso consista en realidad la esencia de Bond. Craig luce su imponente percha con soltura; Waltz sienta con paso firme el crescendo de un villano de cómic, y los secundarios que los flanquean rematan con profesionalidad el papel, que no es menor —de hecho son los secundarios quienes resuelven la trama principal mientras Bond brega contra los fantasmas del resto de películas protagonizadas por el mismo intérprete—.
Interesante el plano secuencia que abre el filme rememorando elementos que enlazan a Welles con Vito Corleone
La puesta en escena se complace en su propio virtuosismo —interesante el plano secuencia que abre el filme rememorando elementos que enlazan a Welles con Vito Corleone— y la acción, comedida y bien coreografiada, no entorpece el diálogo, dejando paso en las dos horas y media largas de metraje a algunos instantes soberbios como la lágrima perdida de Monica Bellucci.
Los fans, sin duda, la adorarán.
Coincido, plenamente