Se está hablando mucho últimamente de la nueva película de la saga Star Wars.
Al pobre Harrison Ford lo llevan mareando todo el mes por la promoción de su última peli y no paran de darle el coñazo con la preguntita de la nueva de Star Wars, a sus setenta y un años —sí, Harrison Ford es mayor que George R.R. Martin: frikis, temblad—. Supongo que es lógico. Se trata de una de las películas más influyentes de la historia, y no solo en lo cinematográfico, también para la industria del videojuego, el sonido, la animación… Y eso sin contar con los fans, que son muchos, y están descontentos.
Sí. Descontentos. Como seguramente todos sepan, los nuevos episodios de la saga son, sencillamente, malos. Las tramas de pronto se tornaban en un politiqueo absurdo, los buenos eran muy buenos, los malos eran muy malos; los efectos digitales colmaban todos y cada uno de los planos —de hecho, las películas se rodaron prácticamente enteras frente al croma—, y había una suerte de personajillos cuya presencia, sencillamente, estorbaba.
El problema es que el remplazo tampoco tranquiliza: J. J. Abrams, bajo los auspicios de la Disney. Ya saben a lo que voy. ¿No? Verán: cuando George Lucas se lanzó a la producción de la primera de las Guerras de las Galaxias era prácticamente un desconocido. Desde la perspectiva independiente, se metió en una producción muy por encima de sus posibilidades que terminó propinándole un amago de infarto a los treinta años. ¿Comprenden ya? ¿No? Bueno, me explicaré más adelante. Ahora lo importante es tener presentes a los fans.
Los fans son el pilar fundamental de Star Wars. Piensen que hay lugares en el mundo en los que el Jediísmo es una religión reconocida. Hace no mucho se recogieron miles de firmas pidiendo a Obama que construyera una Estrella de la Muerte. La Casa Blanca, vía Paul Shawcross —jefe de la oficina para Ciencia y Espacio—, con retranca, respondió que le resultaba un proyecto caro y poco eficaz, sobre todo porque un simple piloto podía destruirla. La clásica broma. Como si el hijo de Anakin Skywalker, el último Jedi, adiestrado por por Obi Wan Kenobi y conocedor de los secretos de la Fuerza, fuera «un simple piloto», ja. [Comentario de friki cabreado, perdón]. Hay millones de coleccionistas en todo el mundo que han seguido consumiendo todo lo que ha dado de sí la saga: libros, cómics, series de animación, videojuegos, juguetes, miniaturas, etc., etc.
Los fans son, de hecho, los que han mantenido viva la mecha de Star Wars desde 1977. Por eso no conviene ignorarlos. Lo último, en este sentido, ha sido la plataforma www.dearjjabrams.com, una iniciativa de varios forofos de la saga en la que le dan a jotajota una serie de consejos a la hora de hacer la nueva entrega de Star Wars. Básicamente: Star Wars es un western; el futuro es de segunda mano; la Fuerza no necesita explicación, y la guerra no es para niños. Aquí el vídeo explicativo:
En la web recogen firmas de apoyo a esta carta abierta para el heredero de la saga. Llevan 125.600 y siguen subiendo. ¿Surtirá efecto? Probablemente no. Y siento ser tan agorero, pero es así. J2Abrams y la Disney. ¿En serio se puede esperar algo bueno? Más arriba les hablaba de cómo Lucas comenzó su producción y cómo ésta casi se lo lleva por delante. Lucas hizo su película con poco dinero, sin medios digitales, sin ordenadores, sin apoyos… Y por eso tuvo que inventar, y la industria cinematográfica dio un pasito adelante. Abrams, con el auspicio de la Disney, puede hacer lo que quiera con absoluta facilidad, y eso no es saludable.
¿Cómo? ¿Qué? ¿Más dinero es malo? Pues sí. Estoy convencido. Sobre todo en este género. Cuando sobra el dinero se gasta en fuegos fatuos: efectos digitales, explosiones, batallitas, naves espaciales, etc. Cuando el dinero escasea, hay que enganchar al espectador con una buena historia. ¿Será el caso de las tres precuelas dirigidas por Lucas ya multimillonario? Sin ninguna duda. Mucha batalla, mucha carrerita de vainas, mucho planeta de mentira, mucho sable láser, mucha triquiñuela, y poca chicha. Poca actuación. Pocas emociones. Poca historia. Sí, poca. Porque la historia se resiente de todo esto, y no solo por el tiempo perdido en explosiones.
Hace no demasiado le oí a un guionista profesional —que no mencionaré— que los ricos no deberían escribir películas. Y tenía bastante razón. Los millonarios de Hollywood tienen preocupaciones propias de millonarios de Hollywood. Por mucho que se esfuercen, sus inquietudes se retratan en sus guiones. Si no lo creen miren al propio Lucas: sus primeras películas —siendo pobre y recién graduado— narran la historia de un joven atrapado en un planeta desértico que sueña con volar entre las estrellas; sus últimas películas —siendo productor multimillonario— narran el bloqueo comercial a un planeta por parte de una Federación de Comercio intergaláctico y cómo la negativa de apoyo del Senado de la Confederación de la República desemboca en la guerra. ¿Notan la diferencia?
En el constante revival que estamos experimentando una y otra vez, tal vez sean las iniciativas de los jóvenes cineastas las que de verdad hagan avanzar la industria. Lucas, pese a todo, tuvo la suerte de que le terminase respaldando la Fox, aunque fuera sin mucho convencimiento —es famosa la cláusula de que percibía todo lo que sacasen del merchandising, y que eso fue precisamente lo que le hizo rico—. Ahora ni eso. Los jóvenes cineastas tienen más medios que nunca para realizar sus películas, pero están destinados al youtube o a los pequeños festivales: al amor al arte, ya saben. Los canales de distribución y promoción siguen copados por las grandes de siempre —como la Disney—, y siguen poniendo las películas de siempre —como Star Wars—.