


Me he prometido a mí mismo no desvelar ningún spoiler hasta la página 2 de este post, así que podéis sentiros a salvo siempre y cuando no paséis al reverso tenebroso de este artículo, donde hablaré largo y tendido acerca del sorprendente final de Star Wars, El despertar de la fuerza.
Star Wars es un relato generacional, en todos los sentidos. Por un lado, el cuento galáctico más famoso de la historia no puede entenderse sin la lógica familiar; la herencia genética midicloriana que pasa de padres a hijos en torno a la familia Skywalker y cuya presencia tanto perturba como equilibra el devenir de todo el Universo. Por otro lado, la lógica comercial de explotar a la gallina de los huevos de oro cada varios lustros implica que, en efecto, cada generación tenga su propia parte de la saga interminable, si bien hay que reconocer que la generación actual ha salido ganando con respecto a quienes disfrutaron los episodios uno, dos y tres. Porque, en efecto, J.J. Abrams hace un buen trabajo.
También es verdad que no lo tenía muy complicado. Superar los paupérrimos primeros episodios de la cronología de Anakin no parecía una empresa demasiado difícil. De entrada, estas películas tenían el problema de ser, primero, historia conocida; segundo, de no contar con guiones ni intérpretes a la altura de las circunstancias y, tercero, del empeño de Lucas de grabarlo todo sin moverse de su rancho, en un fondo verde que lo termina tiñendo todo de falsedad digital. El referente de calidad de las antiguas situaba a sus herederas cientos de escalones por debajo del nivel esperado.
Claro, el tema es que J.J. podría haber seguido esa estela y dejarse llevar entre flares y destellos de cámara. Pero ha sido listo, y ha sabido jugar sus cartas. El Episodio VII es mejor que las películas de la pasada década sencillamente porque las ignora. Pasa por encima de ellas como si no hubieran existido; como si no existiera más referente galáctico que el original, el fetén, el bueno. El de Luke.
Y, en ese sentido, la pieza maneja con soltura todo un catálogo de iconos que calza a placer para delirio de los fans. No es ningún spoiler decir que vuelve Han Solo, vuelve el Halcón Milenario, se retoman viejas tramas, se redescubren objetos fetiche y todo además salteado con frases de las películas originales desperdigadas por aquí y por allá —hay quien incluso afirma que se trata de una copia modernizada del Episodio IV—. Pero no solo eso: también vuelve una forma más auténtica de hacer cine.
El croma y lo digital tiene su hueco en escena, obviamente, pero no lo abarca todo
El croma y lo digital tiene su hueco en escena, obviamente, pero no lo abarca todo. Las imágenes destilan la realidad de un fotograma filmado en serio, con su escenario, su puesta en escena, su caracterización y, en definitiva, su realismo. Y probablemente de todo lo que toma de las antiguas eso sea lo que, sin duda, marca la diferencia con los episodios más recientes.
Sin embargo, ello no es óbice para que el guión deje más huecos de los que pretende; se saque más cosas de la manga de las que debería, o se vislumbre predecible y reconocible, incluso para el espectador lego. Pero esto ya son cuestiones para discutir entre frikis y soltando spoilers por doquier. Así que, quien ya la haya visto puede pasar a la siguiente página. Quien no ha ido al cine todavía no sé a qué está esperando.
Luke Skywalker ha desaparecido, y tiene a toda la galaxia buscándole. Sólo R2 sabe dónde está, pero se lo calla. De hecho, se hace el muerto para no tener que decirlo. Hay por ahí un mapa con su localización que es, claramente, el McGuffin de la película y el primer homenaje a las antiguas: todo gira en torno a proteger el secreto que lleva dentro de sí un gracioso y divertido androide. Pero, claro, entonces llega el momento en que R2 se despierta y lo suelta todo, dejando al espectador preguntándose por qué ha estado callado todo ese tiempo.
En su huída, el androide da con la nueva protagonista de la saga: Rey, una chatarrera espacial que malvive en solitario en un planeta desértico y que, poco a poco, descubrirá que tiene el don de manejar La Fuerza. No hace falta decir que todo lo narrado guarda muchas similitudes con la historia original —la de la primera película— y que, en cierta forma, Rey es como Luke, un huérfano que de pronto descubre que es no sólo un Jedi sino el hijo del Jedi más poderoso de todos los tiempos. Pero hay una diferencia fundamental: la casualidad.
El pequeño androide da con Rey en mitad del desierto por purísima casualidad; igual que se encuentran con Han Solo en medio del UNIVERSO por pura casualidad, e igual que caen en brazos del villano por pura casualidad. Punto. Claro, estas cosas en las antiguas tenían una motivación. Es cierto que C3PO y R2D2 daban con Luke por casualidad, pero es una casualidad no tan forzada: al fin y al cabo iban dirigidos a Obi Wan, que había permanecido relativamente cerca de Luke como custodio, en el mismo planeta, la misma región… y se trata de un lugar desértico donde realmente vive poca gente. La casualidad no es tanta, ¿no?
Rey, que es un personaje atractivo, parece por momentos la protagonista de Blindspot. Por alguna extraña razón que no alcanzo a entender, la muchacha, supuestamente huérfana abandonada en un planeta desértico, habla varias lenguas, es una experta mecánica, sabe pilotar varias naves espaciales y lo único que la retiene en aquel lugar perdido de la mano de Dios es la esperanza de que su familia regrese a buscarla. Luke, en cambio, vivía con sus tíos en una granja, no había visto un avión en su vida y por eso necesita, primero, un piloto y, segundo, entrenamiento. Y no cualquier entrenamiento. Aunque se le presupone diestro en eso de La Fuerza, el joven Luke, como lo llama Alec Guinness, no tiene control ninguno de sus poderes. Apenas es capaz de mover objetos, no se le da bien el sable láser y no se puede uno fiar demasiado de su instinto Jedi. Hasta la sexta película no le vemos hacer trucos de Jedi «nivel avanzado» como el control mental. Rey, en la película de Abrams, es, de hecho, lo primero que hace. ¿No es demasiado perfecta?
La muerte de Han Solo me ha parecido no sólo bien traída sino incluso necesaria
Es tan perfecta y tan protagonista que incluso la Princesa Leia termina consolándola a ella cuando su propio hijo mata a su padre. Pensadlo: Han Solo muere a manos de su hijo, y su esposa-madre, que lo ha sentido, termina consolando a una chavala que acaba de conocer —vale que cabe la posibilidad de que se trate de su sobrina, pero eso ella todavía no lo sabe—. Eso sí, la muerte de Han Solo me ha parecido no sólo bien traída sino incluso necesaria: un personaje tan mítico tenía que quitarse del medio para evitar que se comiera con patatas a todos los demás —como de hecho hace el tiempo que está en escena—.
El villano me gusta, tiene su punto, aunque no deja de ser un malo al uso que probablemente veremos con más y más artefactos siguiendo la estela de su abuelo, el malvado Vader. No me gusta, en cambio, que desvele tan rápidamente su filiación, ni que esté constantemente contando todo aquello que va ocurriendo en la película como recuerdo constante para el espectador palomitero adolescente, pero supongo que es algo con lo que nos va a tocar seguir tragando por culpa, quizá, de Disney.
El personaje que me ha resultado más interesante es Finn, el soldado de asalto
Sin embargo, el personaje que me ha resultado más interesante es Finn, el soldado de asalto. Partiendo de una transformación, se convierte en renegado, prófugo y miembro activo de La Resistencia. Y además se enamora. Más que a ella, que ya sabemos que con toda probabilidad sea la hija perdida de Luke Skywalker, el protagonista que me interesa realmente es él. Por la falsedad de sus orígenes, por el desarrollo de su arco dramático, por su interpretación y su rol en la película… Finn es realmente el personaje que quiero seguir. El Han Solo de la nueva generación.
Con todo, el saldo es positivo. Dejando aparte la lógica de la narración, la historia se disfruta como una vuelta a los orígenes; como un retorno al pasado, cuando las películas se hacían en celuloide de verdad y los efectos tenían ese punto artesano que hoy, inevitablemente, se ha acabado perdiendo en gran medida.