Durante una de sus masterclass, la famosa directora de orquesta Lydia Tár se encuentra con un alumno díscolo. El joven, que se define como una persona de color y pansexual, se niega a interpretar nada de Bach. Sí, de Bach, el gran compositor barroco, maestro de maestros y genio incontestable. El motivo que plantea el estudiante: su misoginia. De hecho, añade un dato: Bach engendró veinte hijos con diferentes mujeres. Impresionada por la respuesta, la maestro no puede comprender. ¿Qué tiene que ver lo que hiciera el compositor en su cama con lo que dejó escrito sobre la partitura? En vez de Bach, el estudiante prefiere interpretar una obra moderna de una autora que, según describe la eminencia, suena como si la orquesta estuviera tratando de afinar.



TÁR es una historia sobre la cultura de la cancelación, sobre el poder, sobre la inviolabilidad de los tótems, sobre el abuso laboral y, en definitiva, sobre la sociedad y los medios de masas actuales. Cate Blanchet se pone en la piel de la déspota directora de orquesta para aludir de manera subrepticia los ecos de escándalos sexuales (en el cine, en la música…) que han generado, en la vida real, más tinta en los medios que en la judicatura. Eso sí, con el género cambiado.
En el film, la elogiada directora hace y deshace a su antojo. Ejerce el poder sobre inferiores y semejantes valiéndose de la manipulación, del engaño, de la falsa sonrisa… y de una violencia tácita e intangible. Sus víctimas son su pareja, una mujer con la que tiene una hija; su secretaria, que soporta lo que soporta con la esperanza de medrar en su profesión; los músicos de su orquesta, que la admiran y temen a partes iguales; o su nuevo capricho, que es pelirroja y toca el cello.
Pocas cosas atormentan su lujosa existencia. Tiene varias casas y oficinas en uso, en las que se refugia para componer o para lo que surja; vive con todas las comodidades posibles; viaja y es respetada allá donde va, llenando auditorios y salas de prensa. Tan solo le quita el sueño el molesto sonido del frigorífico por las noches, y el fantasma de una ex amante despechada cuya carrera arruinó.
La ambigüedad tiñe todo el relato. La nueva “favorita” no parece tener inconveniente en seguirle el tonteo a la jefa; la secretaria no parece tener problema en manipular grabaciones y ocultarle correos para dañarla. Y ella, pese a la maldad, tiene espacio para mostrar su trasfondo, sus emociones e incluso para ganarse la simpatía del público.
La única certeza en la obra es el poderío actoral de Blanchett, que se come absolutamente la película ofreciendo un despliegue inconmensurable. Tanto, que casi roza el abuso.