


A Marcos le ha dejado su novia. Para olvidarla, según le recomienda su mejor amigo, lo que tiene que hacer es acostarse con otras mujeres. Cuantas más, mejor. Pero Marcos tiene un problema: el mundo ha cambiado sin que él se haya dado cuenta. Ahora, para ligar, Marcos comprende que debe convertirse en un hombre del siglo XXI: sano, sensible, bien vestido y con gusto estético. Siguiendo las recomendaciones de un youtuber argentino, empieza a hacer deporte, cambia su vestuario, se introduce en el mundo de la depilación y las mascarillas, y poco a poco va creando una nueva imagen de sí mismo más acorde con los tiempos, pero completamente artificial. En este lapso se reencuentra con Raquel, una vieja compañera de instituto, que se convierte en su confidente durante el proceso de transformación. Por supuesto, entre ambos nacerá el amor fundamentalmente por el hecho de que, con ella, Marcos puede ser realmente él mismo.
A lo largo del recorrido del protagonista se viven distintas etapas: la vuelta al hogar familiar, con los problemas que ello acarrea; los inicios en la gimnasia, con las fatigas propias del esfuerzo; la búsqueda de un look apropiado para convertirse en un conquistador, con el ridículo que se deduce de su mero planteamiento. No obstante, va superando todas ellas con relativa facilidad. No tarda en encontrar un nuevo empleo; no tiene problemas para mudarse a un nuevo apartamento; en relativamente poco tiempo logra tener un físico escultural… y el nuevo look efectivamente logra captar la atención de sus compañeras de trabajo y de los múltiples ligues que localiza a través de las aplicaciones de citas.
Marcos rompe la cuarta pared desde el comienzo para compartir con los espectadores sus más íntimos pensamientos.
Abundan en el metraje las digresiones narrativas. Marcos rompe la cuarta pared desde el comienzo para compartir con los espectadores sus más íntimos pensamientos. Las interpretaciones de Quim Gutiérrez y Natalia Tena arrojan frescura y encanto, y la química entre ellos se traduce en el principal asidero dramático de una obra muy irregular.
Porque, en efecto, además de lo predecible de la historia, el guion presenta abundantes problemas de ritmo y constantes redundancias. Es habitual que los personajes se narren una y otra vez con sus diálogos aquello que ya han visto los espectadores; el conflicto interior del protagonista se disuelve a medida que pasa el segundo acto; y la premisa resulta, cuanto menos, poco creíble viniendo de un actor con el porte y la cara de Gutiérrez.
Pese a todo, la directora se aproxima desde la comedia a la crisis de la masculinidad y la redefinición del papel del hombre en una época de marcada evolución en los roles de género, lo cual dota a la obra de un punto de interés.