Los géneros cinematográficos evolucionan al igual que evolucionan sus públicos. La constante búsqueda de diferentes enfoques confiere a menudo a las nuevas historias adscritas a ellos un aire revisionista que, en ocasiones, atenta contra los planteamientos germinales. El género de superhéroes —si es que puede considerarse tal las películas que tienen como protagonistas a seres dotados de capacidades sobrehumanas y que confrontan peligros también extraordinarios— lleva desde hace tiempo mostrando una sutil divergencia, bien hacia la parodia, o bien hacia dramas oscuros y pesimistas. Resulta sorprendente que, mientras que en las primeras se exacerba el componente sobrenatural, en las segundas los superhéroes son cada vez menos “súper”.



Nada de esto resulta novedoso. En el ámbito del cómic, donde este tipo de personajes tiene su espacio natural, las premisas y los estilos llevan décadas reinventándose, cayendo en ocasiones en una suerte de revisionismo cíclico que a veces termina por volver a los orígenes para empezar de nuevo la dinámica, en una espiral infinita. Por supuesto, los personajes más longevos son lo que más renacimientos han sufrido. Y Batman es, sin duda, uno de los más antiguos del lugar.
Lo llamativo del asunto es que la revisión se esté produciendo en un lapso tan breve de tiempo. En menos de una década hemos tenido diez incursiones del hombre murciélago en el cine de imagen real, con al menos tres vertientes distintas, —cuatro si contamos el revival que se ha anunciado del Batman de Michael Keaton—, si bien bastante similares: el Batman de Matt Reeves bebe de la misma fuente que el Batman de Christopher Nolan. Pero bebe mejor.
Lejos de la estridencia superheróica de resolución injustificada y magia tecnológica, el planteamiento de The Batman es el de un thriller de resonancias noir. Matt Reeves acude antes al Seven o el Zodiac de David Fincher que al precedente más directo de La liga de la justicia. Y lo hace, además, con todo el sentido del mundo.
El resultado es un Batman más oscuro, más real, más complejo y, en consecuencia, más interesante. Su recorrido emocional está más y mejor marcado que en anteriores sagas, y el personaje se enarbola como alguien plagado de defectos y de baches emocionales, lo que lo hace mucho más interesante. Robert Pattinson, sin duda, ha sido un gran acierto, pero también lo ha sido rodearlo de un grupo de secundarios de alto nivel; de una fotografía apabullante y una banda sonora poderosa.
Sin duda, una obra que hay que ver en la sala de cine. Lástima que dure tres horas.