


En el hipotético caso de que vivas en una cueva, acabes de aterrizar de tus vacaciones en Raticulín o de que el mundo de lo audiovisual y la sociología contemporánea te la traigan más al fresco que a Leticia Sabater la dignidad y la vergüenza ajena, te informo yo: la nostalgia lo peta. En todo, sobre todo con aquello que recuerda la década de los ochenta. Los últimos en llegar al babyboom son ahora los reyes del mambo y casi todo lo que triunfa se hace pensando en ellos, sobre todo en despertar sus más tiernos recuerdos y remover sus referentes de infancia. Mira el follón con Stranger Things, orgía ochentera donde las haya, si no.
Pues, en cierto sentido, el documental «The fear of 13» es una historia de los ochenta, pero de una parcela en concreto: de su sistema penitenciario. Si esperabas ponerte tierno, no obstante, olvídate porque no van por ahí los tiros. Aunque la historia sea de los ochenta el producto final es inequívocamente del siglo XXI. Aunque eso vendrá después, me estoy adelantando. Vamos por partes.
La historia
Nicholas (Nick) Yarris es un convicto condenado a muerte en Pensilvania por violación y asesinato. Tras más de veinte años en prisión, en una carta dirigida al juez, pide que se interrumpan todos los procesos de apelación y se ejecute su sentencia en un plazo inferior a sesenta días. Yarris quiere que lo maten. El juez, quizás en un intento por entender los motivos de esta dramática decisión, autoriza una entrevista en la que pueda contar su visión del asunto.
El documental «The fear of 13» posiblemente no sea el resultado directo de esa entrevista, pero sí un testimonio en primera persona muy cercano a ella, donde se conoce una versión de los hechos y sólo una: la del condenado. De hecho, la única cara que se ve en el encuadre es la de Nick Yarris, su voz, la única que oirás. El resto de personajes y protagonistas en la historia no aparecen o, si lo hacen, es de manera sugerida, dramatizada y en ningún caso de un modo que pueda distorsionar o distraer del relato. Porque el director, David Sington, no quiere que te salgas del camino, quiere atraparte desde el primer segundo con una historia. Y lo consigue, maldita sea. Todo, en este film, está al servicio de la historia.
El género y el storytelling
Sólo hay una cosa más difícil que hacer documentales y esa es hacer buenos documentales. Si tienes dudas, piensa que la BBC no participa en producciones a la ligera y esta es una de ellas. Y se nota. Los recursos narrativos no son ilimitados, pero con ellos tienes que contar una historia y ser fiel a la verdad, sin que aquello termine pareciendo una (mala) película de serie B. El caso de «The fear of 13» me parece paradigmático de cómo se puede contar una buena historia, con una tensión típica de los thrillers de ficción y una estética cuidada al detalle que, en realidad, aporta al resultado final en lugar de distraer. Por momentos, los planos son tan cuidados y de una fuerza expresiva de tal calibre, que te da pena que la película continúe.
Eso es algo que me gusta de los buenos documentales: que el director me lleve de la mano, pero que no me lo enseñe todo de golpe o excesivamente masticado
Cuando tienes un solo personaje, una única voz, y el resto de elementos deben complementar la historia de manera artística, sin añadir nada de ruido ni restar atención al espectador, tu única salida es el montaje, como punto clave de tu storytelling. Y hay que resaltar el excelente trabajo en la edición y el montaje de Robert Stenberg, David Fairhead y Horacio Queiro, además de un superlativo montaje de sonido a cargo de Vince Watts. La historia no comienza con la infancia de Yarris, ni mucho menos; el espíritu que guía «The fear of 13» no es el reporteril o meramente testimonial, sino el cinematográfico en el sentido más lúdico del término. Se trata de un documental que se disfruta como una (buena) película de otro género. El montaje expone diferentes retales de la experiencia vital de un condenado a muerte, dentro y fuera del sistema penitenciario, pero los va uniendo conforme avanza el documental de la manera que Sington desea, para ejercer de lazarillo.
Y eso es algo que me gusta de los buenos documentales: que el director me lleve de la mano, pero que no me lo enseñe todo de golpe o excesivamente masticado. Que me dirija por el camino, pero que me deje mirar a mí, que sea yo quien descubra todos los matices de la historia, que participe de la aventura que implica que me la cuenten. Que sí, puede parecer ácida y dura de tragar, pero que termina siendo muy hermosa, que habla de amor, desarrollo personal, auto conocimiento y redención. Que se asoma a la soledad, la muerte y la vida y que contiene infinitas más sorpresas de las que pueden adivinarse en el primer minuto. La historia de Nick Yarris está fechada en los ochenta, pero está creada por un (realmente competente) equipo cinematográfico del siglo XXI y pensada para el espectador del nuevo milenio. Tremendamente recomendable.