


Fletcher es un detective de tres al cuarto que trabaja para un poderoso editor de tabloides. Le han encargado investigar a un capo de la droga blanda, Mickey Pearson, en los albores de lo que parece una guerra entre clanes. Fletcher, que a pesar de su torpeza es astuto, se cuela en la casa del consejero y mano derecha del capo para contarle todo lo que ha descubierto. Como además de astuto es ambicioso, pretende salir de allí no solo con vida sino con varios millones de libras bajo el brazo a cambio de la información —o fruto del chantaje, según se mire—. De este modo, asistimos junto al consejero al relato burlón, exagerado y cambiante de todos los acontecimientos que han llevado al rey de la marihuana londinense a un punto crítico en el que todo su negocio y su forma de vida están a punto de irse al traste.
Partiendo así del recurso del relato dentro del relato, el director y guionista Guy Ritchie elabora una narración tan vibrante como tramposa. Con un ritmo anfetamínico, la película juega a engañar al espectador en cada plano, en cada escena, en cada línea de diálogo. A veces, incluso, lo hace conscientemente, rebobinando la proyección para mostrar instancias alternativas de la misma situación. En otras ocasiones explicita los datos mediante rótulos y sobreimpresiones en pantalla. De este modo, el espectador, que se sabe engañado, baja por completo la guardia; abandona todo interés en encontrarle una lógica de causalidad a la trama, y se deja llevar, simplemente, por el disfrute estético.
Trascendiendo la lectura superficial y el tono gamberro, la película presenta un poso dramático más profundo
Apoyan este disfrute, en primer lugar, la magnífica interpretación de todos los actores, que enarbolan personajes carismáticos, atractivos, eclécticos y fundamentados en el contraste, capaces de aludir a Shakespeare con acento cockney. Destacable, en especial, la interpretación de Hugh Grant y de Colin Farrell, ambos en roles por completo alejados de lo que nos tienen acostumbrados y que roban protagonismo al resto del plantel.
En segundo lugar, la obra presenta un cuadro estiloso y sofisticado a base de trajes a medida, accesorios de alta gama, whisky escocés, casoplones, cochazos y lujo en convivencia con el chándal, la navaja y la mugre del callejón trasero de cualquier suburbio. De nuevo un contraste al que se suma una banda sonora igualmente ecléctica.
Ahora bien, trascendiendo la lectura superficial y el tono gamberro, la película presenta un poso dramático más profundo donde habla del conflicto generacional, la relación entre padres e hijos, padrinos y ahijados; y en el trasvase de responsabilidades de una generación a la siguiente.
En definitiva, se trata de una obra ligera del todo disfrutable.