


Hay dos clases de personas: quienes se leen todos los prólogos e introducciones de los libros y quienes huyen de ellos como de la peste. Esto último también sucede con muchos lectores de periódicos —aún quedan algunos— que se saltan las esquelas, en un pueril intento por no recordar la ineludible visita de La Parca.
Si son ustedes de la primera clase, a buen seguro han leído más de una vez ejemplares en los que las introducciones de las obras eran tan buenas como las obras que introducían o presentaban, cuando no mucho mejores. Es cierto que muchos de esos «entrantes» no dejan de ser, muchas veces, hagiografías exageradas o meros ejercicios de mercadotecnia editorial de la peor calaña. Sin embargo, guardo buen recuerdo de juventud de excelentes colecciones de literatura clásica de Austral —por poner un ejemplo— en las que las introducciones eran casi tan extensas como el propio libro, pero constituían un excelente y completo ensayo, una contextualización perfecta de la obra que iba a leerse, la vida del autor y su tiempo, etc. Un complemento perfecto sin el cual, la obra introducida sería mucho menos «redonda».
A profanos en ciencia ficción como servidor, sí puede servirles como toma de contacto y chequeo del estado de salud del género.
No quiero decir con esto que la introducción que Miquel Barceló hace a El Marciano, de Andy Weir, sea un sesudo estudio sobre el Universo, los planetas y la carrera espacial. Sin embargo, a profanos en ciencia ficción como servidor, sí puede servirles como toma de contacto y chequeo del estado de salud del género.
Tras leerle, no puedo hacer otra cosa que coincidir con Barceló. El género de la ciencia ficción —al menos en su concepción más clásica y purista— no vive precisamente su mejor momento. No por ausencia de calidad en las historias o carencia de autores de talento. Sencillamente, la tecnología de la que hablan muchas de esas obras tiene muy poco de fantástica, ensoñadora o supone un verdadero reto intelectual para quien lee. Es la misma tecnología que convive con nosotros día a día, entre el smartphone, la videoconferencia y la última tablet del mercado.
Afirma Barceló —y puede que no le falte razón— que es ésta una de las razones por la que muchos autores «tradicionales» de la ciencia ficción se han pasado al género de la fantasía histórica, al más puro estilo George R. R. Martin: no sólo la capacidad de sorpresa es mayor para el lector sin resultar mentalmente fatigosa. La retribución económica para quien vive de la escritura —en plena burbuja de dragones, tronos de mal asiento y corruptelas entre armaduras y espadas— tiene más enjundia.
La explosión global de la obra de Weir no hace más que reafirmarla en su condición de extraordinaria rareza.
En palabras de Barceló: «[…] de reflexionar sobre nuestro mundo y los posibles futuros que nos esperan, por el crecimiento poco controlado de la ciencia y la tecnología, nos abandonamos a un pasatiempo fantástico más o menos inteligente pero que deja de estimular la reflexión. Seguramente hemos perdido con el cambio. […]»
Por eso El Marciano, la obra de Andy Weir editada por Ediciones B dentro de su colección «Nova», resulta tan particular: por un lado, recuerda mucho a clásicos de la ciencia ficción en sus mejores años, al estilo de Isaac Asimov, Stanislaw Lem o tantos otros —sin pretender equiparar su genialidad—. Por otro, Weir es casi un desconocido que publica su ópera prima, sale al mundillo editorial y encuentra la alfombra roja y la limusina esperando. Con todos estos antecedentes, la explosión global —un best seller con todas las de la ley— de la obra de Weir no hace más que reafirmarla en su condición de extraordinaria rareza.
The Martian es un libro distinto. Y lo suficientemente bueno como para hacer levantar una ceja al lector más recalcitrante.
El hecho de que sea un buen libro, una historia muy entretenida y digna de tener en cuenta entre los descubrimientos de un servidor para este 2015, es prácticamente un milagro. Si me leen ustedes con frecuencia sabrán que no me prodigo en halagos fácilmente y que la ciencia ficción no está precisamente entre mis predilecciones, bien por ignorancia bien por dejadez. No obstante, la lectura de The Martian me ha sorprendido muy positivamente.
Recalé en sus páginas al abrigo de la —exagerada— promoción de su adaptación a la pantalla grande, dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Matt Damon. Además de este bombo y platillo, el hecho de que fuera un éxito editorial global no ayudó a predisponerme positivamente, que digamos. Pero Weir utiliza un estilo narrativo fresco, francamente atractivo, directo y con reminiscencias de historias de aventuras clásicas como Robinson Crusoe de Daniel Defoe o La isla misteriosa de Julio Verne. Eso, en pleno siglo XXI y dedicándose a escribir ciencia ficción, es todo un logro. El Marciano es un libro distinto. Y lo suficientemente bueno como para hacer levantar una ceja al lector más recalcitrante.
Aunque The Martian resulta predecible conforme avanza la lectura, no puede negarse que tiene ritmo, es entretenida, arranca alguna que otra sonrisa
Weir consigue dotar a su personaje protagonista de una personalidad muy marcada, rayana en lo carismático —algo francamente difícil de lograr, en literatura— y con un sentido del humor que hace imposible no empatizar con él desde la primera página. Esencialmente, El Marciano es una historia de aventuras y supervivencia, aunque los detalles técnicos o puramente «científicos» de los que disfrutarán los aficionados a la ciencia ficción clásica están presentados y explicados de tal forma que no resulten un obstáculo para el público en general. Y esto sin que suponga una vía de agua en la flotabilidad de la historia y sin faltar al rigor que se espera de una buena obra de este género.
La escritura en formato de diario personal, que agarra por la pechera al lector desde el inicio y lo sumerge en la trama sin remedio, ocupa un tercio del libro para luego alternarse —con mucho equilibro, lo que es meritorio— con estructuras narrativas más estandarizadas en la ficción tradicional. Aunque The Martian resulta predecible conforme avanza la lectura, no puede negarse que tiene ritmo, es entretenida, arranca alguna que otra sonrisa —lo de el protagonista carismático, no lo olviden— y satisface plenamente, si lo que se necesita es un poco de evasión pero no se conforma uno con cualquier «superventas».
También puede decirse que la obra en su conjunto es muy «cinematográfica», lo que explica que la 20th Century Fox se hiciera con los derechos antes de que Ridley Scott pudiera decir «Nostromo». Si la película hará justicia a la obra de Weir o no es algo que podremos comprobar a partir del 16 de Octubre de este año. Pero, de entrada, el libro es de notable alto.