


Mohamedou Ould Slahi recibió una llamada de su primo desde un móvil vinculado al terrorista más buscado del mundo. Hacía relativamente poco tiempo que dos aviones comerciales se habían estrellado deliberadamente contra los rascacielos más altos del skyline neoyorquino ocasionando miles de muertes. Esa llamada puso a los Estados Unidos tras la pista de Mohamedou. Su pasado como militante de Al-Qaeda y su conexión directa con uno de los secuestradores de los aviones fueron suficiente motivo para retenerlo en la prisión de Guantánamo durante siete años malditos en los que sufrió todo tipo de vejaciones por cuenta de la administración Bush. A estos siete años se sumaron otros siete entre recursos y pleitos de la administración Obama. Catorce años de martirio en suelo extranjero. La llamada de móvil más cara de su vida.
A Mohamedou quisieron sentenciarle a la pena de muerte desde mucho antes de haberle acusado de nada. La encomienda se la encargaron a un abogado y coronel del ejército que había perdido allegados en los atentados, a ver si el deseo de venganza cegaban cualquier atisbo de duda. Pero el coronel, mientras trataba de preparar una causa bien armada, decidió visitar Guantánamo y leer los memorandos de lo que se había hecho allí. Y su conciencia no le permitió continuar con el caso.
La obra aspira a retratar la realidad con trazo firme, si bien se ceba más con la administración Bush que con la Obama
Una abogada pro derechos humanos se embarcó en la defensa de Mohamedou. Parecía sencillo llevar un caso de habeas corpus para un preso que no tenía siquiera acusación formal en contra tras siete años en prisión. No obstante, cada documento, cada declaración, cada prueba que llegaba a sus manos había pasado previamente por las del censor, que había tachado con rotulador negro todo cuanto fuera peligroso para la administración, minando así cualquier atisbo de defensa.
Mohamedou logró salir en libertad y dejó constancia de la prisión de la vergüenza en un libro que ahora lleva al cine Kevin Macdonald de la mano de intérpretes de alto copete: Jodie Foster como abogada defensora, Benedict Cumberbatch como fiscal, y el francés Tahar Rahim, que realiza un despliegue interpretativo que se come por completo al de los anteriores.
La obra aspira a retratar la realidad con trazo firme, si bien se ceba más con la administración Bush que con la Obama y peca de convertirse por momentos en una mera relación de hechos con poca intriga y mucha lágrima. No obstante, la construcción casi documental del filme merecen un visionado en la pantalla grande mientras sea posible.