


Ya les anticipo que no sé muy bien qué decir sobre esta producción original de Netflix sin «reventarles» la experiencia. No por ausencia de recursos, sino por una incapacidad total —lo confieso— para definir qué demonios es exactamente The OA. Quizás por ello ha nacido en/para el entorno digital, donde todos los usuarios somos —reconózcanlo conmigo— más extraños que un perro verde.
Asumámoslo, ésta serie no tendría cabida en ningún otro lugar más allá de una plataforma de video on demand, totalmente fuera de los límites de los canales de distribución tradicionales. Aún sin poder definir exactamente a qué se enfrentarán si se atreven con ella, sí que puede aventurarse que The OA es lo suficientemente extravagante, indie y formalmente distinta como para seducir al perfil de público objetivo de Netflix, si es que ese perfil existe. Y también al público, digamos «de mente abierta».
Sinopsis para salir del paso
Hay que establecer unos mínimos, así que ¿De qué va The OA? La serie comienza con una secuencia de vídeo aficionado desde el interior de un coche, en la que podemos ver a una mujer cruzando entre el tráfico de un puente y lanzándose al mar, una vez salvada la barandilla del puente en cuestión. La mujer sobrevive y descubrimos que se trata de Praire Johnson (Brit Marling), una joven ciega que había desaparecido sin dejar rastro hace siete años. El caso es que Praire, además de ser protagonista de una misteriosa desaparición, presenta a su regreso unas extrañas cicatrices de las que no quiere hablar y, aún más misteriosamente, ha recuperado la visión.
Praire vuelve a su pueblo con sus padres adoptivos —que es adoptada lo descubriremos en un flashback más adelante—, donde todo el mundo se empeña en referirse a ella como «milagro», mientras ella insiste en que su nombre no es Praire, sino OA. Aunque sus padres y la policía la presionan para que dé cuenta de sus siete años de ausencia, ella guarda silencio y se empeña en buscar, en secreto, a cinco personas con características especiales para embarcarse en una —de nuevo— misteriosa misión.
Misterios y rarezas. ¡Cuidado, súper spoilers!
Sí, The OA es rara de cojones. Y no puedo decir, como le ha sucedido a otros muchos, si me ha gustado. Sí y no. Y todo lo contrario. Formalmente, sobre todo en su piloto y en el primer tramo de la temporada, es arriesgada —el primer capítulo dura 70 minutos y los créditos aparecen a cañón en el minuto 57, lo que lo convierte en una experiencia bastante inmersiva—, aunque aprovecha muy bien la utilización y ubicación adecuada de flashbacks, para mantener la tensión y la incertidumbre.
Saltamos del 2016 a 1987 para tratar de entender el background del personaje principal; compartimos la angustia, dentro de una relación algo disfuncional, de los padres adoptivos y la hija recién recuperada, que no puede confesarles sus padecimientos vividos en cautiverio; entendemos cómo se han forjado los nudos de dependencia y afecto de una familia y cómo un trauma los hace estallar por los aires; tratamos de averiguar cuál será el papel de cada uno de los «elegidos» y, sobre todo, las características de la misión en la que se embarcarán,… hay muchos mimbres para mantenerte enganchado mientras te preguntas «pero ¿qué coño…? ¿A dónde me quieres llevar?». Me gustó mucho ese aura de «ya sabemos que no lo entiendes, pero lo entenderás», que sobrevuela cada capítulo.
Me mantuve firme en mi intención de aguantar el tipo, a pesar de mis propias dudas y de las muchas rarezas, hasta el final.
El caso es que, según avanzas en la temporada, no terminas de comprender del todo lo que está sucediendo y llegas a sentir cierta ansiedad, por no estar desentrañando las pistas adecuadamente o por ser demasiado estúpido para interpretarlas. Que te las desvelan, pero no del todo. Y de una forma un tanto extraña. No sabes exactamente si la historia está relacionada exclusivamente con la esfera mística y sobrenatural; si los protagonistas encerrados con Praire son realmente ángeles o están sugestionados; si se trata de la historia de una auténtica misión de rescate en plan thriller clásico o si los adolescentes reclutados por OA tendrán un papel más allá del de pasivos espectadores. Tampoco se clarifican del todo los detalles de la investigación, ni se profundiza en los motivos del Dr. Hunter. Y claro… ves el grand finale y piensas… «¿En serio? ¿Me estás vacilando?».
Me mantuve firme en mi intención de aguantar el tipo, a pesar de mis propias dudas y de las muchas rarezas, hasta el final. Pero me sacó totalmente de la historia que la clave de los «poderes» de los cautivos del Dr. Hunter —excelente, Jason Isaacs— fuera una especie de danza mística, en plan tai-chi con esteroides, histriónica y totalmente ridícula hasta el punto de no poder tomarla en serio. Las relaciones forjadas en cautividad son interesantes pero hay personajes, más allá de OA y Homer, que no se desarrollan. No digamos nada del hecho de que el desenlace se limite al aborto de un tiroteo en un instituto, gracias a esta especie de danza absurda; ni tampoco de que la misma no valiera de otra cosa que de distracción, para que otro se encargara del tirador, además de para la —sigo sin comprender la motivación— muerte de Praire/OA.
Quizás el cliffhanger final sea el avance de una segunda temporada donde todas las incógnitas y personajes tengan mayor y mejor desarrollo y la tónica general siga siendo la de «ya sabemos que no lo entiendes, porque no eres tan rarito, profundo e indie como Marling y Batmanglij pero lo terminarás ‘comprando’. Todo encajará». El sabor en esta primera —quien sabe si única— temporada fue tremendamente agridulce, en mitad del descoloque. He de reconocerlo.
Puedes odiar y sentirte atraído por The OA a partes iguales y de manera simultánea mientras la visionas
Ya, ya sé que con todo esto que les cuento no les aclaro mucho y está todo bastante deslavazado. Es un batiburrillo consciente, porque no quiero entrar demasiado en detalle. Y porque es el juego de equilibrismo que propone The OA y que yo les traslado, ya que forma parte de la apuesta: tienen que ver la serie y sacar sus propias conclusiones, si es que quieren.
Las cosas buenas y (un intento de) conclusión
A pesar de sus —muchas, pero muchas— piruetas de intelectualoide modernito, The OA tiene muchos aspectos positivos. Si dejamos de lado el tai-chi absurdo y los altibajos en el ritmo, lastrado por una excesivamente intensita y contenida Brit Marling en algunos episodios, en esta extraña apuesta de Netflix hay mucho que rascar.
La trascendencia a la propia vida, lo que hay más allá de la muerte, la lucha por encajar en un colectivo del que no te sientes parte —ya sea un instituto o una familia que no es la sanguínea—, las obsesiones llevadas al extremo, la espiritualidad, el amor —que lo hay en gran cantidad, a su propia manera— la pérdida, el compañerismo, el egoísmo, el sacrificio y la entrega… Hay incluso retazos de complejo de Edipo en algún momento. Mucha materia prima para darle vueltas al coco.
En resumen, que puedes odiar y sentirte atraído por The OA a partes iguales y de manera simultánea mientras la visionas. De cualquier modo, considero que es una espléndida noticia que, gracias a una total libertad creativa, favorecida por una nueva forma de consumir lo audiovisual, gracias a unos episodios más largos, a unas producciones y financiaciones más ambiciosas, etc. nos encontremos ocasionalmente con apuestas distintas a las que podemos disfrutar habitualmente en «el redil». Posiblemente The OA no sea el bombazo que fue Stranger Things, pero no dejará indiferente a nadie. Si estás en el mundillo «seriéfilo» tendrás que verla, por lo menos para tener algo de lo que hablar y poder ponerla a caldo con criterio. ¡Por cierto! Mensajito para los del «entretenimiento de siempre»: Los de Internet han venido para quedarse. Y se están comiendo la tostada, vosotros veréis.