


Desde 2004 es ya una tradición que el actor Tom Hanks regale cada año una cafetera a los corresponsales que trabajan en la Casa Blanca durante la cena anual de su asociación, a la que suele asistir el presidente de Estados Unidos. El año pasado, además, el regalo fue acompañado por una nota mecanografiada en la que pedía a los periodistas que velasen por «la Verdad, la Justicia y el estilo de vida estadounidense», si bien apostillaba de inmediato «especialmente la Verdad». No dejaba de tener su simbolismo. Tras lanzar feroces críticas a los medios de comunicación y acusar de forma generalizada al colectivo de difundir noticias falsas, el presidente Donald Trump excusaba su presencia en la tradicional cena, costumbre que había sido respetada por todos sus predecesores. Hacía menos de un mes que el magnate había criticado en su Twitter a la actriz Meryl Streep. Los archivos del Pentágonollegan, por tanto, en el momento preciso.
La historia, real y sobradamente conocida, supuso un escándalo que salpicó en 1971 a la administración Nixon —y a las precedentes—, solo superado por el Caso Watergate al año siguiente. En líneas generales se trataba de la publicación, primero por el New York Times y luego por el Washington Post, de un extenso informe secreto que detallaba los pormenores de la implicación de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam, y que ponía de manifiesto como todos los presidentes desde Truman habían ocultado o tergiversado información para permanecer en la contienda a sabiendas de que estaba perdida.
Spielberg compone con mano maestra una narración centrada en la interioridad de la redacción, de los hogares y hasta de la conciencia de los personajes. El conflicto principal, más allá de la obtención de una copia fidedigna de dicho informe, o de no zozobrar en la recién iniciada andadura del periódico en el mercado bursátil, estriba en el dilema de la protagonista, la mítica editora Katharine Graham en la piel de Meryl Streep, entre publicar o no publicar una información que puede suponer la ruina de la empresa familiar, la pérdida de todas sus influyentes amistades e incluso la prisión por revelación de secretos.
Si bien los tiempos acompañan el filme en cuanto a la deontología periodística, no es menor la fuerza que imprime al relato la visión feminista que aporta tanto la temática, mediante la figura de la editora que debe abrirse camino entre su propios subalternos hombres, como las sutilezas, ya sean las miradas de admiración callada que despierta la protagonista como la genialidad de poner la sentencia climática del filme en boca de las redactoras en plantilla.