Si algo caracteriza el género de los superhéroes es el complicado equilibrio entre lo cómico y lo afectado. El tono distendido y “para todos los públicos” tiene que casar con peligros catastróficos y tragedias humanas de niveles planetarios. Sin embargo, da la impresión de que las últimas entregas del género se inclinan más hacia uno u otro lado de la balanza, dejándonos dramas de tonos oscuros como Logan, Joker o Batman, o parodias como Deadpool. Y ahí el problema de Thor Love & Thunder que, ni respeta el equilibrio, ni juega a ser un drama ni pretende tampoco ser una parodia.



Mientras Thor, que se ha convertido en un Guardián de la Galaxia, va de planeta en planeta solucionando entuertos, Jane, su novia olvidada, se está muriendo de cáncer. Como solución desesperada, ella acude a los restos del martillo de su amado que, al sentirla cerca, se recomponen y la dotan de superpoderes de forma temporal. Mientras, en algún lugar lejano de la galaxia, un hombre pierde a su única hija y, presa de la rabia, jura vengarse de todos los dioses que no escucharon sus plegarias. Como parte de su plan, secuestra a los niños del reino de Thor para provocarle, pues resulta que él tiene la llave de un superpoder con el que puede lograr sus funestos planes. Thor, consciente de que no puede luchar en solitario contra este villano, acude al Olimpo, donde se reúne la más variopinta y heterogénea caterva de dioses y semidioses. No obstante, Zeus y compañía le dan la espalda al héroe.
La mezcla de géneros es la marca personal del director y guionista Taika Waititi. Sus películas siempre navegan entre los extremos, logrando en ocasiones combinar con éxito la comedia disparatada y la mayor de las tragedias. Ya en su anterior Ragnarok dio cuenta de un nuevo tono que refrescó la saga y que, de hecho, influyó en sus continuaciones. Por tanto, no es de extrañar que el tono de esta película juegue también en esa liga.
El problema está en la proporción. La broma y el cachondeo que impregna todo el metraje impide que la profundidad descarnada que Christian Bale ha dado a su villano pueda llegar a tomarse del todo en serio y trastoca la enseña del héroe que, episodios atrás, le cortó la cabeza a Thanos. A ello se une la intrascendencia que parecen compartir todas las obras de la Fase Cuatro del Universo Marvel, que, en su afán por estirar el chicle, siguen reformulando los códigos que el espectador había aceptado de las películas precedentes, sometiendo al público al constante arqueo de cejas de quien sospecha que le están vendiendo la moto.