Simplificando las tesis de la llamada teoría queer, mientras que el transexual es quien busca pasar de un tipo biológico al contrario para adecuarse a su identidad de género, el transgénero sería quien directamente desea romper con esa estructura binaria para quedarse en un ámbito de identificación ambiguo, intermedio o, por qué no, híbrido. Se trata de una forma de pensamiento que últimamente parece estar más en boga que nunca, con sus defensores y detractores, y con ramificaciones que han llegado a la política o el uso del lenguaje. Por ello, el fallo del jurado del Festival de Cannes, que otorgó el pasado julio su Palma de Oro a la obra Titane, de Julia Ducournau, parece más vinculado a la realidad social de su momento que nunca, máxime cuando se trata de la primera vez que se le entrega el máximo galardón a una mujer en solitario.



Titane es una obra compleja y difícil, que trasciende la materialidad de su historia para narrar una metáfora. Alexia (Agathe Rousselle) lleva una doble vida: por una parte es una stripper de eventos tuning automovilísticos; por otra, es una asesina en serie. Además, tiene un rasgo que la hace particular: como consecuencia de un accidente en su niñez, presenta las cicatrices de los injertos de placas de titanio en su cráneo.
El detonante de su historia está motivado por dos eventos a priori inconexos: en primer lugar, uno de sus crímenes sale mal y se ve obligada a huir y adoptar una nueva identidad —concretamente la de un muchacho desaparecido hace años, hijo del comandante de una brigada de bomberos—; en segundo lugar, antes de su huída se masturba con un Cadillac y se queda embarazada. Sí, del Cadillac.
Ducournau teje su historia a base de imágenes crudas y emociones fuertes.
La directora y guionista Julia Ducournau ha declarado que su pretensión final consiste en cuestionar los estereotipos relacionados con la idea de género entendido como un contraste dual entre lo femenino y lo masculino. Y lo hace, además, en contextos heteronormativos profundamente sexualizados. Para ello, lleva a su protagonista a través de dos entornos ampliamente significados en lo sexual —el fetichismo machista del automóvil y el testosterónico ambiente de una brigada de bomberos— y la despoja de su identidad para sostener su fábula directamente en la tesis del amor incondicional como nexo de unión entre las personas. Amor que, a la postre, será lo que permita trascender el sistema binario para aceptar el nacimiento de un nuevo ser indeterminado, híbrido, mutante.
Ducournau teje su historia a base de imágenes crudas y emociones fuertes. Su película tiene los planos secuencia propios de Gaspar Noé; la reflexión sobre la “nueva carne” y la sexualidad de Cronenberg; el humor negro y visceral de Tarantino… y a la vez va más allá que todos ellos, proponiendo una composición inquietante, extraña y fascinante.