


John Paul Getty era un adolescente que en el 1973 tenía la mala fortuna de llevar el mismo nombre y apellido que su abuelo, el magnate del petróleo más acaudalado del mundo y, además, de haber perdido casi toda relación con él. Su secuestro fue primera plana al instante en la prensa mundial, así como la negativa del anciano a pagar un centavo por su rescate, lo que le acarreó al pequeño no sólo la prolongación del tormento en manos de la mafia calabresa sino también la amputación de la oreja derecha. Charlie Plummer es el actor encargado de darle vida en la pantalla y, aunque comparten apellido, no tiene ninguna relación familiar con quien interpreta a su abuelo y cuyo casting será recordado por una triste polémica.
Christopher Plummer, veterano actor con más de cien títulos en su carrera, ha sido el encargado de dar vida en la ficción al multimillonario J. Paul Getty en sustitución de Kevin Spacey. Por lógico que pueda sonar que para un papel de octogenario sea preferible Plummer, de 88, antes que Spacey, de 58, lo cierto es que la película ya estaba rodada y montada cuando el escándalo sexual salpicó al segundo. Por ello el director Ridley Scott —también octogenario— optó por evitar boicots y polémicas a golpe de reshoot, volviendo a convocar a todo el equipo para volver a filmar con Plummer las escenas que había encarnado Spacey.
Correcta, disfrutable y entretenida, pero narrada con una frialdad casi documental.
El buen o mal resultado del cambio solo lo pueden corroborar comparativamente los miembros del equipo que hayan visto ambas interpretaciones. La versión de Plummer, en todo caso, denota una profesionalidad y un carácter sin duda reseñables que juega en sintonía con la lograda fuerza dramática que imprime Michelle Williams al personaje de madre coraje, verdadera protagonista de la historia. No obstante, el ritmo, el tono y, en definitiva, el relato tipo thriller que narra el filme no lo sitúan a la altura de los trabajos más excelsos del director de Blade Runner que, aun con su evidente pericia y eficiencia narrativa, no logra una película de la tensión emocional que cabría esperar. Correcta, disfrutable y entretenida, pero narrada con una frialdad casi documental.
Con todo, independientemente de la calidad interpretativa de uno u otro villano, la solución de Scott para salvar su película realmente le ha venido como anillo al dedo. El desaire al trabajo de Spacey no solo ha logrado promocionar el filme de forma indirecta, sino que además la pretensión comercial que ha motivado el cambio de actor casa a la perfección con el carácter del villano que retrata, quien, como es sabido, solo aceptó pagar a los captores de su nieto cuando se enteró de que el dinero del rescate desgravaba.