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Top Chef y Satán

Jean Cité by Jean Cité
09/10/2013
5 min read
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La semana pasada se habló mucho sobre un tema un tanto particular: cambiar el huso horario.

Como ya habrán leído, por un capricho franquista nuestra amada patria adoptó tras la guerra la hora de Berlín. Eso ha provocado, según un grupo de expertos, todos los males de nuestra sociedad: desde la baja productividad hasta la alopecia de los españoles. Por tanto, los citados expertos proponen que adoptemos el huso que geográficamente nos corresponde. Esta medida, según ellos, traería consigo un cambio radical en todas nuestras costumbres: nos levantaríamos antes, cambiaríamos el horario de oficina, dormiríamos más y mejor, iríamos al gimnasio por las tardes, ayudaríamos más en casa y nos dejaríamos un lustroso bigote como es costumbre en Portugal. Adicionalmente, y aquí está el punto al que quiero llegar, cambiaría nuestro prime time televisivo.

La semana pasada me dispuse con varios amigos hosteleros a ver Top Chef, la versión española del formato norteamericano que tanto ha triunfado por ahí. El programa, aburrido. Tiene sus pros y sus contras, por supuesto. Saltaba a la vista que todos los segmentos en los que no estaba Alberto Chicote carecían de ritmo, de fuerza y, en definitiva, de interés —no tendrá estrella, pero tiene tablas y sabe manejar la TV mejor que los otros, es evidente—. Los concursantes tampoco generan la empatía que vivíamos con las maribeles y los fabianes de Masterchef, quizá por su hieratismo, o quizá porque van de profesionales… ¿qué se yo? Pero bueno, en general, digamos, bien, aunque un tanto tedioso, aburrido y repetitivo. Y además estaba el tema del huso horario. Ya saben, el prime time a la española: empezó a las diez y pico y terminó pasada la medianoche. Pero eso no es culpa de ellos… ¿o sí?

Si por un momento nos trasladamos hasta el único rincón de nuestra querida España que sí respeta el horario en el que el Cosmos nos colocó —Canarias— nos daremos cuenta de que el aburrimiento promedio de Top Chef no es culpa de la hora. En efecto, en las islas, donde ya están acostumbrados a restar una hora de todo lo que se anuncia por la televisión peninsular —que nunca avisa, por cierto, como si los canarios no existieran— tienen el prime time normal del resto del mundo. ¿Será, como dicen los expertos, todo tan maravilloso? Pues no. Aunque el programa en cuestión terminó en Canarias a las once y pico, hora muy decente y normal en las culturas civilizadas, no por ello dejó de ser un tanto aburrido.

¿Y por qué? Para dar con la clave del suceso hay que investigar el Top Chef original, el de EEUU. Verán, por mal que caigan los norteamericanos en general, resulta que son los inventores de la cosa. La cosa. Sí. Esa que tienen ustedes bien centradita en su salón. Todo lo que en las Españas emitimos tiene una mayor o menor deuda con la «tierra de los libres y el hogar de los valientes» y Top Chef, probablemente, más que cualquier otro formato. Y, ¿saben qué? nos lo hemos cargado, como siempre.

El Top Chef original, ése que lleva la friolera de once temporadas allende los mares con éxito y prestigio, dura nada más y nada menos que [momento de expectación] : 42 minutos. 42. Pueden comprobarlo. 42. No llega ni a tres cuartos de hora de programa. Con la publicidad y todo se queda en menos de una hora. ¡Menos de una hora! La versión española alcanzó la hora y media sin contar anuncios y le siguió un colofón llamado «El almacén de Top Chef», presentado por la cocinera doméstica Paula Vázquez, que se adentró en la madrugada como la Nave del Misterio.

¿Por qué? ¿Acaso los montadores españoles, víctimas del poco tiempo de sueño del huso horario alemán, no son capaces de resumir dos horas de programa en 42 minutos? ¿Acaso nuestra idiosincrasia patria, mixtura de Don Pelayo y Abderramán, hace que prefiramos dormir dos horas menos solo por ver un programa de televisión? ¿Acaso, en nuestra infinita prepotencia, consideramos que un programa de 42 minutos es insuficiente para nuestras costumbres de almuerzo, café, copa, puro y siesta?

Me temo que no. Me temo que el motivo es mucho más enrevesado y diabólico: en nuestra querida España resulta que la televisión no se adapta a la biología de los españoles, sino que es al revés. La televisión obliga a espectadores y anunciantes a adaptarse a su malévolos designios. No es complicado de entender: los programas son más largos de lo normal para ocupar más tiempo de lo normal; para enganchar a los espectadores frente a la tele más tiempo de lo saludable, y especialmente para tenerlos viendo su canal cuando el resto del mundo yace en brazos de Morfeo y así poder hacer los números que le interesan a la cadena.

El share es el sustituto natural del 666: es el ratio diabólico de quienes están viendo un programa entre toda la gente que tiene la tele encendida. En torno a él se fija la programación; él es el alfa y el omega de la producción televisiva. Es el Satán catódico. Quien vende su alma al share logra millones rápidamente, pero a costa de ofrecer un producto de calidad cada vez más ínfima, terminar cohabitando la pantalla con el pene de Boris Izaguirre, o condenado, como Sísifo, a repetir una y otra vez Médico de Familia con distinto nombre, a ver si vuelven los aires de éxito.

Pero la obra de Metistófeles va más allá: también le afecta a usted. Sí. A usted y a mí. El share es un ratio, una división, un número que depende de la confluencia de otros dos. Los que ven el programa de entre los que están viendo la TV… por tanto, en el momento en que la humanidad apaga la tele y se va a la cama, la base sobre la que contar a los televidentes disminuye y usted, espectador noctámbulo fan de Top Chef, pasa inmediatamente a valer más. Si a la diez y media, cuando había millones viendo la tele, usted sólo representaba una milésima de share, tan solo una hora más tarde, cuando los madrugadores se han ido a la cama y sólo están viendo la tele cuatro gatos maullando, usted de pronto pasa a valer muchos puntos, y mucho dinero de cara a la publicidad. Disculpe si no se había percatado de que para la cadena usted —y yo— no somos más que eso: un número.

El Top Chef de la semana pasada alcanzó un pico del 21,7 % de share a las 23:43, una hora menos en Canarias. Lo más visto del día según la cadena, pese a lo tedioso del programa. Por lo tanto, ¿cree usted que les importa algo que se haga aburrido? ¿Lo repetirán? ¿Seguirán imponiendo una duración amorfa a un formato que, corto, rápido, con ritmo y bien hecho ha triunfado en el resto del mundo? ¿Nos seguirán tratando como meros porcentajes? ¿Nos seguirán sirviendo un suflé horneado cincuenta minutos de más?

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