Top Gun (1986) siempre tuvo más relevancia como fetiche que como obra cinematográfica. La historia era simple: una academia para los mejores de los mejores pilotos. Allí competían por alcanzar un primer puesto simbólico que señalaba al mejor de la promoción. Eran los ochenta, y la obra no escatimaba en torsos sudorosos, aviones de guerra y un individualismo exacerbado.



Los gallitos del corral —entre quienes muchos han visto un claro subtexto homosexual— Val Kilmer y Tom Cruise, competían por ese ansiado primer puesto. Uno era ordenado, preciso y antipático; el otro, un rebelde con carisma. Cruise, que era el protagonista, curiosamente quedaba segundo. Perdía. No obstante, en una acción bélica posterior, terminaba salvando la vida al otro, por lo que en realidad se convertía en ganador moral de la contienda. Como Chanel.
Treinta y seis años después Tom Cruise se vuelve a enfundar en las botas del personaje de Maverick. La continuación de la obra ochentera arranca con un pleno y consciente autohomenaje. Cruise, a lomos de la misma moto —y de nuevo sin casco— se mide en carretera con un jet en pleno despegue. Mismas Ray-Ban, mismo peinado, misma chupa de aviador… Pero los tiempos, como en el poema de Neruda, ya no son los mismos.
Maverick ahora es un profesor de vuelo. Nunca promocionado, ha vivido gracias al padrinazgo de, precisamente, el personaje de Val Kilmer. Siempre rebelde, su actitud le ha congelado en una posición donde, después de todo, parece que es feliz. No obstante, le encomiendan una tarea complicada: debe formar a una nueva hornada de Top Gun para una misión de guerra a todas luces suicida; una misión que sólo alguien tan loco o tan imprudente como él mismo podría llevar a cabo. Y entre sus alumnos resulta que está el hijo de su compañero, cuya muerte todavía no ha podido superar.
De pronto, el personaje de Maverick tiene trasfondo, dudas y ambigüedades. Se siente responsable de una cuadrilla de hombres —y mujeres— casi tan impulsivos como era él con su edad que, ahora sí, tendrán que trabajar en equipo para superar el reto. Y teme por sus vidas más que por la suya propia. Casi como un padre.
La secuela de Top Gun juega la baza de la nostalgia sin perder de vista la necesidad de contar una buena historia de acción. Y además lo hace para sacar todo el partido de la sala —Cruise ha jurado y perjurado que jamás estrenará en plataformas—. Por todo ello, es sin duda un merecido taquillazo.