¿Recuerdan cuando escribía aquello de que True Detective era lo de siempre pero bien hecho? Me equivocaba [hay spoilers].
Bueno, realmente no me equivocaba del todo. Por aquel entonces habíamos visto el piloto y la conclusión era precisamente ésa: lo de siempre, bien hecho, eso sí, pero lo de siempre. Ya me entienden: la extraña pareja en detectives, el Holmes frío y excéntrico junto al Watson familiar y bonachón; el asperger contra la empatía; la frialdad contra la calidez… No era equivocación, era, precisamente, lo que querían mostrarnos.
Reconozco que la serie me cautivó más por su estética y ambientación que por la historia del crimen o los propios personajes. Marty me pareció demasiado buenorro; Rusty me pareció demasiado exagerado, y el crimen me pareció demasiado Hannibal. Pero había algo. No sabría explicar si fue el ritmo, la oscuridad, o el ambiente pesado y cenagoso de los pantanos y factorías de Luisiana. La imagen casi espectral de los detectives con las camisas pegadas al cuerpo por el calor húmedo del ambiente; el salto temporal y la ruptura en la narración; la doble investigación, pasada y presente, o el planteamiento maduro y respetuoso hacia la inteligencia audiovisual de los espectadores… True Detective tenía una fuerza que me llamaba a gritos, y así fue, sencillamente, como terminé descubriendo cuán errado estaba.
True Detective se encarga en su piloto de plantear un mosaico que luego, a lo largo de los subsiguientes episodios, resquebraja y rompe en mil pedazos, sin ningún tipo de miramientos. ¿Recuerdan al padre de familia, responsable y socarrón? Nada de eso: adúltero, temperamental, corto de miras… empieza a hundir su matrimonio desde prácticamente el primer momento. ¿Recuerdan al nihilista atormentado que filosofaba con la mirada perdida en el horizonte? Nada de eso: comprometido, íntegro y regido por unos férreos principios morales. Y estas sorpresas, en una serie, me parece absolutamente maravillosas.
Pocas cosas hay más satisfactorias, en mi opinión, que una historia que sorprende al espectador, que lo lleva por derroteros inesperados y que es capaz de plantear con valentía rupturas más o menos drásticas. Si la finalidad de un piloto es sentar las bases de lo que va a venir después, de sus personajes, tramas y conflictos, en esta se han atrevido a darle un giro literario que hace que me quite el sombrero ante el escritor, Nic Pizzolatto, y el director —sí, solo tiene uno— Cary Fukunaga. Sobre todo cuando además lo han hecho con el cariño y el respeto que luce True Detective. Fíjense hasta qué punto cuidan el detalle que la escena del primer encuentro con el cortador de césped está diseñada al milímetro: ni ustedes, ni Rusty, ni nadie ve lo que hay que ver. Lo sé bien: lo he mirado plano a plano. Y eso no es lo mejor. Lo mejor es que los realizadores sabían que alguien como yo, en algún lugar del mundo, iba a detenerse a mirar esa escena plano a plano.
Como todo, la serie también tiene sus pequeñas faltas. El —por otra parte soberbio— plano secuencia del capítulo cuarto del que tanto y tanto se habló, con un Rusty puesto hasta las trancas que, a pesar del colocón, es capaz de salir indemne de un tiroteo de los que hacen portadas, sería un buen ejemplo. A ver, seamos realistas: Rusty es un alcohólico drogadicto, no es Rambo. Junto a eso, también me ha escamado la completa ignorancia de las declaraciones de unos y otros —el preso Charlie Lange declara, recién comenzado el cuarto episodio, que sabe de «ricachones que adoran al Diablo y hacen sacrificios de niños»—, y hasta años después —cuando otro drogadicto quiere hacer un trato con la información que sabe— Rusty no retoma esa línea de investigación. ¿Es eso posible? ¿Conociéndole como lo conocemos? Caso aparte merecen los pequeños elementos que me sacan de la ficción, como las Variaciones Goldberg de Bach de El Silencio de los Corderos sonando en el psiquiátrico, o la barriga obviamente falsa de Woody Harrelson en el presente, que también…
La temporada ha terminado hace apenas unas horas en su emisión original, y no tardará en llegarnos. Ya habían anunciado que la segunda tendrá como protagonista a otros personajes, en otro lugar, con otra historia. ¿Habrá terminado mal? Sinceramente, no importa: ha logrado convertirse en serie de culto con tan solo siete episodios. Incluso ha disparado las ventas de un libro de terror publicado en 1895… No, hagan lo que hagan ya lo han conseguido. ¿Echaremos de menos al tándem Harrelson/McConaughey? Seguramente, pero no lloremos antes de saber qué nos espera. Está claro que True Detective es una propuesta que no podemos juzgar a la primera. Yo, al menos, no cometeré de nuevo el mismo error.
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