


Coincidiendo con el Día Internacional de la Libertad de Prensa llegaba a nuestras pantallas la historia del guionista Dalton Trumbo. Encarnado en Bryan Cranston, conocido por todos por su trabajo en la serie Breaking Bad, el filme se presenta como un drama biográfico centrado en la vida y vicisitudes del que fuera el autor más conocido entre los llamados «Diez de Hollywood», que fueron perseguidos y hasta encarcelados por el macartismo en la vergonzante época de la Caza de Brujas en los EEUU.
Siguiendo la tónica de otras obras como Hitchcock (2012), Mi semana con Marilyn (2011) o ¡Ave César! (2016), la película se refugia en el ambiente del Hollywood de los años cincuenta y sesenta para mostrar las heridas de la Guerra Fría en la Meca del cine. Trumbo, miembro poco practicante del Partido Comunista —por las mañanas organiza piquetes, por las tardes disfruta de su lago privado—, es señalado por el Comité de Actividades Antiestadounidenses como un peligroso bolchevique. El guionista, con la Primera enmienda constitucional en la mano —garante de la libertad de expresión y del derecho de reunión—, se niega a declarar y es condenado a casi un año de prisión por desacato. A su salida se verá sin trabajo ni amigos, convertido en un paria donde antes había alcanzado el éxito. Tendrá que exiliarse con su familia, y sólo podrá ejercer como guionista clandestino de películas de serie B y otras piezas que tiene que firmar con pseudónimos, generando la chocante situación de ganar hasta dos Óscars —Vacaciones en Roma (1953) y El Bravo (1956)— desde el anonimato. Apestado, no volverá a la palestra hasta que a figuras de peso insoslayable en el panorama hollywoodiense de la época, como Otto Preminger o Kirk Douglas, no les tiemble el pulso al poner su nombre en los créditos de Éxodo y Espartaco, ambas en 1960.
Interpretada con cierta afectación por el televisivo Bryan Cranston, y respaldado por secundarios de la talla de Diane Lane, Louis C.K., Helen Mirren o John Goodman, la película se antoja redonda en el buen sentido, si bien cae en ocasiones en un buenismo que resta fuerza a una historia que podría haberse explayado más en el tema que presenta. Apenas se dedican instantes de noticiero a los hechos más allá de los que afectan en primera persona al protagonista, como si, de todos, hubiera sido el único afectado por la Caza de brujas. Además, la película dirigida por Jay Roach se esmera más en mostrar el retrato familiar amable y con cierto elemento cómico de un personaje que, sin duda, sigue resultando más interesante en la vida real que en su reflejo en la pantalla, por bien llevado que tenga Cranston el manierismo del escritor.