Está llegando el final de agosto y es tiempo de hacer memoria de lo que ha sido un mes horribilis en lo que se refiere a nuestra patética televisión generalista.
Patética. Sí. Lo siento. No encuentro un apelativo mejor. Tenemos múltiples canales, pero tan solo dos cadenas además de la pública —que merece un post aparte—. Tiene gracia que las nuevas concesiones que se llevaron a cabo en su día con la TDT y esas cosas se hicieran en nombre de la pluralidad de medios, de aportar una oferta variada, de evitar la concentración empresarial… Una broma, como otras tantas, del destino catódico que nos arrastra a todos.
La programación televisiva sufre con los calores veraniegos, y la broma de los becarios ni tiene gracia ni lugar. Al final las decisiones las toman otros desde el piso superior, y terminan por llevar a los sagrados espectadores hacia el escapismo. ¿Qué ver en televisión en verano? Nada. Bueno, apenas nada.
Sería injusto no salvar de la quema a Antena3 y su esforzada política de diferenciación de la competencia. Atresmedia ha planteado una estrategia encomiable durante el verano, ha apostado por la ficción propia —El secreto de Puente Viejo, Amar es para siempre…—; la ficción importada —Vikingos, Arrow, La Cúpula…—; incluso ha cultivado el género de la mini serie —Ben Hur—; y además promete seguir en la línea con los próximos estrenos de Vive cantando —debo confesar que después de ver el trailer me ha cambiado la primera impresión— o Galerías Velvet, de la factoría Bambú. No puedo quejarme, la verdad. Con la que está cayendo me parece una postura bastante positiva.
No se puede decir lo mismo de Telecinco. Quienes me conocen saben que no soy muy amigo de los realities, aunque reconozco que terminé por engancharme a alguno y admito que le tengo mucho respeto al Gran Hermano —un programa que lleva tantas ediciones se merece al menos eso—. Puedo entenderlos y, si están bien realizados, no negaré que puedo dejarme seducir. Tal vez por eso el Campamento de Verano me repatea. No sólo porque sea una patraña orquestada para cubrir horas y horas y horas de emisión ininterrumpidamente por tres duros, sino porque, además, está tan mal hecho que se ve la trampa.
¿Cómo cubrimos el verano? Muy fácil: cogemos a unos cuantos famosillos de corte polémico: ex concursantes de otros programas que aspiran a ser celebrities a toda costa; supuestas amantes de supuestos artistas; ex-portadas de interviú, escritoras que aspiran a solventar sus problemas con Hacienda a golpe de desnudo en twitter y periodistas del corazón con experiencia en el circo mediático. Luego los llevamos a la sierra y los encerramos allí para que se peleen. Simple. Si vemos que no dan mucho juego les ponemos a hacer pruebas e incluimos castigos erótico-festivos, como baños en chocolate y cosas por el estilo. Hay que forzar el conflicto, Joaquín, Sonia. Queremos sexo y sangre: la convivencia frente a las cámaras de siempre. Con un poco de suerte podemos sacar material suficiente para programas, galas, resúmenes diarios, Sálvames y tertulianos variados. ¿Y si los anunciantes se cabrean? Mejor. Más conflicto. Más audiencia. Podrán quitar la publicidad del programa por el «bienqueda», pero no la quitarán del resto de resúmenes, tertulias y los Sálvames que, no hace falta que insista, es nuestro buque insignia.
Tales han sido las noches de verano. Campamento a todas horas. Programas que empiezan en prime time y que se alargan hasta el infinito. Resúmenes en todas partes, e incluso, por supuesto, el correspondiente escándalo en las redes sociales y la prensa con el numerito de la «fuga de anunciantes». Así, ante este panorama no es raro que quienes hemos tenido un verano sin playa hayamos optado por refugiarnos en las bondades que nos brinda la red, series antiguas y nuevas y, cuando se acabaron éstas, el viejo y socorrido placer de la lectura. Bendita televisión.
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