


Los años sesenta están llegando a su fin y la televisión se ha convertido definitivamente en el principal divertimento de los Estados Unidos. Conocido por su papel en la pequeña pantalla como protagonista de una serie western, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) vive de los éxitos del pasado mientras trata de amoldarse a las nuevas corrientes que están llegando al medio y que irremediablemente lo están encasillando en el rol de villano, de cameo o de segundón. Acuciado por la crisis existencial que sufre al percibir que todo su mundo y valores se está desmoronando, y sin más oferta de trabajo que hacerspaghetti westerns de bajo presupuesto en Italia, Dalton encuentra la antítesis de su situación a través de su ventana: vive puerta con puerta con Roman Polanski y su esposa Sharon Tate, cuyas carreras están en pleno auge, en la tristemente célebre mansión del 10050 Cielo Drive.
Junto a Dalton, pendiente y dependiente por completo de él, está Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de acción que, pese a su profesionalidad y buen aspecto, arrastra la mala reputación de haber matado a su propia esposa y haberse librado de la condena, lo que le ocasiona dificultades para ser contratado sin la mediación de su jefe y amigo Dalton. Por ello, vive como chico de los recados de la estrella, yendo de acá para allá en el Cadillac Sedan DeVille del jefe, y palpando a ras de calle los cambios políticos y sociales que están viviéndose y que le llevan, casi inadvertidamente, a tomar contacto con la congregación del gurú Charles Manson poco antes de que, en la vida real, orquestasen una masacre precisamente del 10050 de Cielo Drive.
La novena y probablemente penúltima película de Quentin Tarantino —según ha declarado él en diversas ocasiones— es un retrato de un instante en el tiempo que juega a mezclar realidad con ficción en un diálogo metacinematográfico. Tarantino coloca sobre el tapete una miríada de referentes, tanto históricos como culturales, y los entremezcla con elementos de su propia cosecha para construir una obra icónica y original que supone una absoluta declaración de amor hacia la profesión cinematográfica, tanto en la pequeña como en la gran pantalla.
Tarantino coloca sobre el tapete una miríada de referentes, tanto históricos como culturales, y los entremezcla con elementos de su propia cosecha para construir una obra icónica y original
Los pilares que sostienen esta buddy movie son las interpretaciones de DiCaprio y Pitt, cuyo carisma llena la narración sin necesidad de que, sencillamente, tengan ningún objetivo concreto. Y ahí, quizá, la principal y exigua pega: por instantes la película se torna contemplativa y lenta, absorta en la trivialidad de la existencia de sus personajes, y apoyada más en lo que el espectador sabe que va a suceder —por su conocimiento de la realidad fuera de la pantalla— que en lo que realmente emana del proyector.