


Allá por 1878 el escritor escocés Robert Louis Stevenson, autor, entre otros, del clásico La Isla del Tesoro, emprendió un viaje por la cadena montañosa de las Cevenas, al sur de Francia, acompañado tan solo por una burra llamada Modestine, viandas a base de salchichón de Bolonia regado con beaujolais, y su inseparable cuaderno de notas. Los apuntes que realizó durante el periplo, convertidos en libro de viaje, han germinado en ruta turística para amantes del senderismo. Se trata de unos ochenta kilómetros de naturaleza, paisajes y pintorescas poblaciones rurales que puede hacerse a pie, en bicicleta o al estilo de Stevenson: en burro.
Cuando Vladimir chafa los planes que tenía con su amante Antoinette para las vacaciones y le cuenta que en vez de estar con ella, como a él le gustaría, tiene que irse con su esposa y su hija a recorrer el camino de Stevenson en familia, ella, entre dolida y mosqueada, toma una decisión visceral: presentarse allí y hacerse la encontradiza. Así lo confiesa, nada más llegar, al resto de caminantes con los que se cruza en los albergues, creándose una fama que la precede en toda la región. Sin embargo, su plan se topa con un gran inconveniente llamado Patrick: un irlandés tozudo y perezoso que resulta tener cuatro patas.
En consecuencia, Antoinette pasa la mayor parte del tiempo sola, en mitad del campo, tratando de hacer entrar en razón a su burro para lograr hacerle caminar. Lo que no sabe es que, en realidad, el proceso de mover al animal termina siendo una suerte de terapia de autoconocimiento, reflexión y madurez. A lo largo de su periplo, la protagonista irá superando los obstáculos físicos, pero también los emocionales, descubriendo, en su recorrido rural, una nueva forma de entender la vida y las relaciones personales. De este modo, se encontrará con diferentes amistades, nuevos amores, mujeres empoderadas con aire aspiracional y, por supuesto, con Vladimir… y su mujer.
A lo largo de su periplo, la protagonista irá superando los obstáculos físicos, pero también los emocionales
Con una mirada optimista y alegre, la película escrita y dirigida por Caroline Vignal se mueve en una horquilla que estaría entre Bajo el sol de la Toscana y El diario de Britget Jones. Con instantes de humor en ocasiones forzado y en ocasiones genuino —maravilloso el juego con los rebuznos del burro cada vez que aparece la mujer de Vladimir—, la película se disfruta en conjunto. Tiene, además, la virtud de presentar un tono y una imagen realista tanto en el físico de la protagonista como en su manera de afrontar el conflicto: a pesar de las torceduras, los esguinces y las pendientes, Antoinette sigue caminando con la vista al frente y una sonrisa en los labios.
Quizá la mejor opción para ir a ver en un fin de semana de pandemia.