Hace algunos meses vio la luz Veneciafrenia, película dirigida por Álex de la Iglesia que inauguraba algo así como un sello que prometía englobar filmes de género terrorífico: The Fear Collection. Ahora ve la luz la segunda entrega de la colección, Venus, dirigida por Jaume Balagueró a partir de un relato de Lovecraft que tiene en común con la anterior el tono y la firma tras la producción. No en vano, en el cartel, el nombre de De la Iglesia aparece en primer término. Y no es para menos, pues la firma del productor se adivina a lo largo de todo el metraje.



La historia es sencilla: Lucía, una gogó de discoteca, se escapa con una bolsa deportiva en la que ha robado varios kilos de drogas de diseño. La persiguen los propietarios del alijo, que están vinculados con los círculos mafiosos de la ciudad. Ella, después de recibir varias heridas de gravedad como consecuencia de su escapatoria, se refugia en la casa de su hermana, a la que hace años que no veía. De hecho, ni siquiera conoce a su sobrina, una niña pequeña. Sin embargo, sus problemas no han hecho más que comenzar: el edificio donde vive su hermana y su sobrina parece estar dominado por algún tipo de fuerza demoniaca que está esperando el momento adecuado para emerger de las tinieblas. Y todo apunta a que la niña es su objetivo. Cuando la hermana de la protagonista desaparece, ella se convierte en lo único que puede salvar a la menor de las fuerzas cósmicas, siempre que antes ella logre sobrevivir a los macarras de la droga.
Balagueró es un maestro del género. Su trayectoria cinematográfica da perfecta cuenta de su buena mano con los sustos, los gritos y la atmósfera inquietante. Le acompaña en la adaptación el texto de Fernando Navarro, que ya mostró en Toro un especial interés por el folclore extremado y exuberante que hoy día podríamos denominar “estilo Rosalía”. Junto a ellos, en la película se adivina la impronta estrambótica de De la Iglesia. Se trata, por tanto, de una combinación tan ecléctica como salvaje.
De este modo, la obra presenta retazos de un costumbrismo —el café con churros del villano, la gitana que lee la buenaventura…— adulterado por la incursión de estereotipos de género —esos gánsteres de Gomorra—, al que se suma el despiporre sanguinolento y exacerbado que caracteriza los terceros actos de las películas de su productor.
En medio del cambalache, Ester Expósito como única y clara protagonista de la gamberrada. La madrileña acarrea sobre sus hombros toda la carga dramática de la obra y logra salir indemne como final girl. Eso sí, manchándose de litros y litros de sangre.