


Dentro de las películas de «no pensar» o del género de thriller/acción, reconozco que uno de los subproductos que más me gusta es aquel que se centra en atracos y robos. Aunque hay películas buenísimas en esta línea, creo que la que más me ha gustado en épocas recientes es Inside Man, dirigida por Spike Lee, por contener todos los requisitos de este subgénero: una trama compleja pero bien explicada, un asalto planificado al detalle y lleno de audacia, tensión bien administrada y un final donde los malos se salen con la suya al robarle a los bancos — que no son los buenos ni de lejos —.
Por eso, cuando me enfrenté a Widows, dirigida por Steve McQueen —que no es ese en quien están pensando, sino otro distinto— tenía en mayor o menor medida esa premisa en la cabeza. Y por eso también la película ha sido una enorme sorpresa, para bien.
Va de robos, pero no. De ladrones, pero mucho más de sus familias y lo que las rodea. De dinero, sí, pero más de poder y de autonomía. De respeto, fuerza y —con permiso del movimiento feminista— de cierta sororidad. Apoyada en el dinero y al servicio de una trama de ficción, no olvidemos esto antes de echarme a las jaurías encima. Es una película de robos donde los robos tienen un papel secundario. Totalmente secundario.
Porque todo el peso de la trama lo sostienen, como no podría ser de otra forma con ese título, los roles femeninos. El solvente plantel de actrices, encabezado por una Viola Davis magistral, hace que lo que menos importe sean las historias de buenos y malos, y que nos centremos más en la recuperación del espacio de protagonismo hurtado a la mujer, relegada casi siempre a la sombra del atracador atrevido y valiente en este tipo de historias. Siempre a expensas del antihéroe carismático que es quien se lleva las palmaditas en la espalda.
Va de robos, pero no. De ladrones, pero mucho más de sus familias y lo que las rodea. De dinero, sí, pero más de poder y de autonomía.
En Widows se le da la vuelta al calcetín por completo. Los papeles masculinos reducen considerablemente su importancia para centrar el foco de atención sobre ellas, sus variopintas historias y trasfondos y sus mecanismos para confrontar la adversidad por sus propios medios. La presencia de nombres muy reconocidos como Liam Neeson, Colin Farrel, Jon Bernthal o el incombustible Robert Duvall no hacen otra cosa que aportar color y sustancia, pero no soporte fundamental. Sí destaco a un estupendo Daniel Kaluuya. Pero insisto, lo que importa es lo que sucede antes y después de los atracos, cuando nadie está mirando.
Quizás tengo que tirar de las orejas a McQueen por enfangarse en el uso MUY excesivo del flashback que, en determinados puntos del montaje, lejos de clarificar el discurso lo emborrona considerablemente y puede llegar a confundirnos mucho y sacarnos de la historia, obra de Lynda La Plante y llevada a la pantalla gracias al guión del propio McQueen y de Gillyan Flinn. Esto no resta ni un ápice, no obstante, de calidad, originalidad y frescura, gracias sobre todo a Viola Davis, Michelle Rodríguez, Elisabeth Debicki y a una refrescante y sorprendente Cynthia Erivo. Una buena película — que no perfecta — que propone una mirada distinta. Nada mal, para los tiempos que corren.
Rawlings es un atracador perfeccionista, con una dilatada experiencia y una posición de poder, respeto y liderazgo ganada a pulso en el mundo del hampa, tras treinta años de robos exitosos. El último, sin embargo, se tuerce y tanto él como su equipo fallece a manos de la policía. Todos los integrantes de su equipo están endeudados hasta las cejas y sus mujeres y novias, además de superar como puedan su viudedad y su vida relativamente precaria, van a tener que enfrentarse a las consecuencias que estas deudas implican porque los acreedores no son precisamente personas amables y comprensivas.