


En los lugares aislados, inhóspitos y fríos —en todos los sentidos― todo sucede de otra manera, a otro ritmo y con un foco diferente. En entornos como Wyoming, hogar de las grandes llanuras de los nativos americanos y vecina de las increíbles Montañas Rocosas, vive Cory Lambert (Jeremy Renner). Cory es un veterano rastreador y cazador y, en busca de un depredador que está matando al ganado en la reserva india, encuentra el cuerpo sin vida de una adolescente, en mitad de un inquietante y calmo infierno de nieve. Al tratarse de un aparente asesinato, el FBI envía a una inexperta californiana, Jane Banner (Elisabeth Olsen) como único refuerzo de un ya de por sí parco cuerpo policial para resolver el caso. Lambert ejercerá de ayudante en la búsqueda del responsable, al mismo tiempo que se desquita por un doloroso episodio de su pasado, muy semejante a este asesinato aparentemente sin explicación.
Contado así… Wind River no deja de parecer un thriller más, de los cientos disponibles, con alguna cara conocida. Especialmente, la de Renner como reclamo, a rebufo del éxito de blockbusters palomiteros de superhéroes del Universo Cinematográfico Marvel (UCM). Pero no tiene nada que ver. Porque la película es un thriller, sí, pero el thriller es lo que menos importa. De hecho, parece más una excusa, un armazón secundario, para contar lo realmente mollar. No se trata del manido “Héroe atiende a mujer desvalida y atrapa a los malos, ejecuta una venganza y vive un momento de catársis personal”. Que también, pero no únicamente.
Wind River habla de soledad, de desesperanza, de pérdida y dolor. De supervivencia, no sólo fisiológica ante un entorno natural hermoso pero hostil, sino también ante los episodios vitales que te parten por la mitad y te transforman para siempre, sin posibilidad de desandar el camino, de seguir el rastro hacia quien una vez fuiste, en el pasado. Sin resultar un coup de force interpretativo de Renner, sí es muy meritorio su papel principal en este trabajo dirigido por Taylor Sheridan. Contenido, sereno y con diversas capas superpuestas y matices, da vida a un hombre devastado por el dolor, pero que ha aprendido a aceptarlo y continuar; un ser solitario que asimila el fracaso de su matrimonio como una cicatriz a la que es inevitable volver, para recordar cómo era la piel, antes de rasgarse. El resto del plantel de actores y actrices queda un poco desdibujado, aunque no lo considero una carencia capital, pues el protagonista, además de Renner es el entorno natural en el que se desarrolla la historia.
Los hermosísimos y vastos parajes nevados de Wind River esconden también una cara oscura: hastío, falta de horizontes, soledad y Naturaleza implacable, en el amplio espectro del término. Son lugares así los que sirven de escenario para lo mejor y lo peor del repertorio del ser humano. Sheridan ha sabido llevar a la pantalla toda esta variedad de mensajes sugeridos, más o menos explícitamente, sin desmerecer su trabajo como director. Se nota su inexperiencia tras las cámaras — es su ópera prima — casi tanto como su enorme talento como guionista. Ya sorprendió a propios y extraños con sus libretos para Sicario o Comanchería (ambas tremendamente recomendables) y con Wind River presenta su baza de cartas para ganar en la partida del Hollywood de los próximos cinco o diez años, si la cosa no se estropea.
A medio camino entre el western, la road movie y el thriller clásico para el gran público, Wind River es una buena apuesta para los espectadores que no quieran otra cosa que pasar un rato con una obra de ficción sin nada de pirotecnia y la dosis justa de tensión. Pero también para los rastreadores consumados, que buscan tramas, subtramas, retazos de historias susurradas apenas y que, además, gusten por las interpretaciones múltiples. Grata sorpresa.
Nota: 7.5/10