


Cuando uno sale de Wonder Wheel irremediablemente se presta a la pregunta de si no habría promotores en Broadway encantados de llevar a Woody Allen a los escenarios. Porque da la impresión de que ahí es donde se siente más cómodo. Su último film es una introspección dramática sobreverbalizada y de factura hortera, con una iluminación que pretende ser expresiva pero que termina por causar desconcierto, y con un plantel desigual donde luce Kate Winslet y desluce Justin Timberlake. No obstante, como teatro estaría bastante bien.
Divorciada de un músico al que fue infiel, Ginny se terminó casando con un feriante alcohólico que le pegaba como a todo el mundo, pero que al menos proveía de un techo al niño pirómano fruto de su primer matrimonio. El feriante tiene una hija a la que perdió la pista cuando se casó con un mafiosillo de medio pelo, y viven todos su vida en la alborotada playa de Coney Island de los cincuenta donde ejerce como socorrista un Justin Timberlake aspirante a escritor que, según nos desvela él mismo como narrador, tiene una aventura con Ginny. La cuestión se complica cuando aparece en escena la hija perdida huyendo de la mafia que quiere matarla por soplona, despertando el amor del padre, el interés del socorrista y los celos de Ginny.
Si algo se salva de la quema es la interpretación de Kate Winslet. Perfectamente consciente de que se encuentra en un trasunto de Tennesse Williams, y rememorando la Blanche DuBois que Cate Blanchett impostó en Blue Jasmine, la británica lleva hasta el extremo la neurosis de su personaje. Lástima que el resto del plantel no le siga el tono. Belushi sobreactúa, Timberlake aprieta bíceps y Juno Temple aporta poco más que una cara bonita en torno a la cual tejer el melodrama. Tampoco juega a favor la fotografía, errática y abandonada a teatralizantes planos secuencia, que parece más preocupada por teñirlo todo de alguna iluminación extradiegética e injustificada que venga a reforzar el sentido de las historias que los propios personajes relatan.
Y ahí reside el principal problema de fondo: los personajes relatan sus interioridades sin velo ni tapujo, llevando el peso de la trama sencillamente a la oralidad de una narración contada, en ocasiones, directamente a cámara. Solo el niño pirómano engaña en sus trastadas, siendo finalmente el mejor parado por el tratamiento cinematográfico.
Ahora bien, después de todo, no es menos cierto que la pretensión teatral está explícitamente declarada desde el inicio, así como la verborrea de los personajes. «¿Le has contado todo eso a un desconocido?» pregunta Ginny a su hijastra en determinado momento; «tenía cara de bueno» responde ella, dejando clara la idiosincrasia de unos personajes cuyo interés se construye más por la tensión de su sola presencia que por todo aquello que puedan decir.